viernes, 3 de abril de 2015

El juego, imprescindible para el desarrollo de la inteligencia

El juego, imprescindible para el desarrollo de la inteligencia

Durante el período intuitivo o preoperacional, el juego constituye un paso indispensable en el desarrollo cognoscitivo del niño. Es una capacidad intelectiva fruto de su evolución anterior, y una exigencia a esta edad para asimilar el mundo que le rodea. Se trata de una actividad imprescindible para el desarrollo y para la evolución de su inteligencia.
Hasta aproximadamente los 2 años, el niño descubre el medio por su proximidad a él y por las sensaciones que le produce. El juego no es tal, sino una repetición de movimientos que buscan reproducir una misma sensación. Desde su sillita, deja caer el juguete que tiene en la mano, para oír el ruido que produce al chocar contra el suelo. Junto a su desarrollo neurobiológico y al avance de sus capacidades motoras, alrededor del año experimentará también lanzando el juguete en distintas direcciones. El niño no ha descubierto realmente el juego, pero es un explorador cada vez más audaz de todas las sensaciones que pueda obtener de su medio. No juega, pero cada hallazgo será repetido centenares de veces para celebrarlo y aprenderlo. Hay autores que denominan también a este primer período como del desarrollo de la inteligencia práctica: una acción determinada produce un efecto buscado.

Imitar y representar

En el umbral de los dos años se producen las primeras conceptualizaciones del entorno. El niño no sólo repite la acción para lograr un fin, también la imita. Para ello tiene que distinguir una sucesión externa y reproducirla, en un proceso más complejo de interiorización que el anterior de acción y efecto, que, además, le ayuda a descubrirse a sí mismo y a diferenciarse de lo que le rodea.
Por ejemplo un camión de juguete no tiene motor ni anda solo, pero el niño imita su ronquido al tiempo que lo empuja para que se desplace. Igualmente, aunque no sabe jugar al ajedrez, el niño ha visto cómo lo hacían los adultos y puede imitar sus movimientos como si jugase de verdad.
La función simbólica conforma imágenes mentales que representan objetos, personas, acciones o sucesos. En un primer estadio, entre los 2 y antes de los 4 años, el niño ya no necesita tener el modelo frente a él para poder realizar una imitación. Puede realizar representaciones sin necesidad de ese espejo, gracias a una aprehensión ritual y simbólica. Sin darse exactamente cuenta de lo que está haciendo –Piaget lo comparaba a pasar mentalmente una película a cámara lenta en la que se ve la acción pero se pierde el argumento– el niño repite acciones o sonidos vividos en el pasado. El juego simbólico es el siguiente paso. El niño representa esa imagen y también puede cambiarla para adaptarla a sus gustos (jugando a tiendas, el tendero le da golosinas) o para invertir papeles (él mismo es el tendero).

Todas las cosas están vivas

Una de las características de la inteligencia intuitiva o preoperatoria, alrededor ya de los 3 años y en adelante, es el animismo. Todos los objetos están dotados de vida, y las sensaciones que tienen esas cosas son invariablemente las mismas que él tendría. Si la escoba que está apoyada en la pared de la cocina se cae al suelo, debe sentir dolor. Y si el niño se golpea con el borde de la mesa, hay que regañar y pegar a la mesa por haber sido mala al hacerle daño. Otro factor sería el sincretismo, es decir, la unión de imágenes distintas sin que exista entre ellas una hilazón analógica o causal. La escoba, que al caer al suelo había llamado su atención, puede transformarse inmediatamente en un caballo.

Con algunos de sus juegos, el niño también se descarga de acciones o escenas que le han disgustado. Un ejemplo de ello sería el niño que riñe a su muñeco, lo castiga y, finalmente, lo cubre de besos. Con estas representaciones, el juego infantil representa la liberación de un desplacer. El niño consigue conjurar así sus sentimientos de desazón, liberándose de ellos con estas imitaciones simbólicas y logrando que su situación con el entorno sea, en los momentos en que está enfadado, mucho más tolerable.