viernes, 26 de junio de 2015

La autoridad positiva

La autoridad positiva

Los padres, a menudo, nos encontramos con la dificultad de hallar un equilibro entre la tolerancia total y la falta de paciencia a la hora de poner límites claros a nuestros hijos. Pero es importante explorar las maneras de acercarnos a ese equilibrio para ejercer nuestra autoridad en forma positiva.
En lo cotidiano, a veces, nos encontramos con situaciones que nos exceden en lo que refiere a la educación de nuestros hijos. Parece que se nos hace difícil congeniar el desgaste que produce el trabajo, las tareas del hogar y las ocupaciones diarias con la enorme tarea de educar. Es común observar cómo en ocasiones debilitamos nuestra propia autoridad y, en consecuencia, perjudicamos el desarrollo sano y feliz de nuestros niños.

En general, los errores que cometemos todos los padres son similares, y es interesante analizarlos para poder reflexionarlos. Vamos a repasar algunos de ellos:

La permisividad excesiva

En primer término, la permisividad excesiva. Muchas veces, los niños pueden interpretar las faltas de participación por parte de los padres como una falta de estima o valoración, por lo que no es posible educar sin intervención alguna. Nuestros pequeños precisan referentes y límites para crecer felices y equilibrados.
  • Somos los adultos los que tenemos que indicarles lo que está bien, lo que está mal y lo que significa el respeto. Ellos nos necesitan para esto, porque no han nacido sabiéndolo.

El autoritarismo anula la personalidad

En el otro polo de la permisividad se encuentra al autoritarismo, que es creer que el niño debe hacer siempre todo lo que sus padres le indiquen, lo que anula su personalidad. Se trata de enseñarles a obedecer por obedecer, con el riesgo de que esto convierta a nuestro hijo en una persona sumisa, sin dominio de sus actos, esclavo de lo que otros le dicen que haga.
  • Es importante escuchar las razones de nuestros hijos, ceder cuando creemos que es conveniente que él pueda decidir determinadas cuestiones y dejar que se exprese.
Además, también es conveniente aprender a negociar con ellos, lo que no implica permisividad, sino escucha, explicaciones y comunicación constructiva entre padres e hijos.

Evitar contradicciones

Un error habitual es caer en la falta de coherencia, y esto es en varios sentidos. En primer término, la contradicción entre lo indicado por el padre y por la madre. Esto, en ocasiones, genera discusiones entre ambos frente al pequeño, que se siente indefenso ante la falta de claridad. Es importante actuar en conjunto, y conversar las diferencias en privado para poder educar en equipo.
Otra incoherencia habitual ocurre cuando decimos que no, pero luego nos retractamos y accedemos a lo que anteriormente negamos. Lo aconsejable es no dar marcha atrás cuando decimos que no, porque esto confunde a nuestros hijos. Lo mismo ocurre con no cumplir con las penitencias que decidimos llevar a cabo. Por eso conviene no negar por negar, ni amenazar con penitencias que no cumpliremos luego.

No perder la paciencia ni gritar a la mínima

Es común también en los padres y madres gritar y perder la paciencia fácilmente. Esto supone un abuso de fuerzas para el niño, y además, en caso de repetirse con frecuencia, tampoco servirá para que él mismo tome consciencia de algún hecho, sino que es probable que se acostumbre a los gritos, y ya no reaccione frente a ellos. Pero lo esencial es que gritando no se construye un hogar armónico, donde exista una comunicación afectiva y pacífica, sino que genera tanto para padres como para hijos un trato hostil, lo que corroe la salud emocional de toda la familia. Por eso, si nos sentimos desbordados podemos pedir ayuda a profesionales, a la institución educativa o a nuestros pares.

Estos errores, si tratamos de corregirlos, nos permitirán educar a nuestro hijo de una manera más efectiva. Por último, os dejamos más consejos para reforzar nuestra autoridad positiva como padres: dar ejemplo, reconocer los propios errores, valorar los intentos de nuestros hijos por mejorar, darles tiempo para incorporar aquellas cosas que pretendemos enseñarles, educar con claridad, confiar en ellos. Y, sobre todo, comprender que a veces tan sólo debemos actuar desde el amor y desde el sentido común, comprendiendo que los límites son para nuestros pequeños como las barandas de un balcón: los necesitan para no caer.