viernes, 19 de junio de 2015

Nadie me comprende, mis padres los que menos

Nadie me comprende, mis padres los que menos

El diálogo con los hijos debe gestarse lentamente: hay que irles educando y cuidando desde el principio. Si los padres nos mostramos atentos a los comentarios y las explicaciones de nuestro hijo, él irá comprendiendo que lo que dice lo consideramos de interés. Por lo tanto, aprenderá a obtener respuestas a sus preguntas, aprobaciones o comentarios a sus peticiones, así como a escuchar y ser escuchado. Y llegará a conocer algo aún más importante: el poder clarificador, tranquilizador y divertido de la conversación y las palabras. El adolescente, a pesar del momento conflictivo en el que se encuentra, intentará encontrar la manera de explicar sus dudas, tribulaciones y malestares. Solamente así le podremos ayudar.
Una de las principales características de la etapa infantil es que el niño desarrolla unos esquemas cada vez más claros de lo que le gusta y de lo que desea. Salvo pequeñas disputas cotidianas, en general siente que sus padres le comprenden y responden sin equivocarse a estos deseos o peticiones. Igualmente, hay una serie de normas o hábitos familiares -como comer a una hora determinada o las salidas de fin de semana- que todos aceptan sin dificultad. En este ambiente plácido el dialogo es fácil. Pero todo esto se rompe al llegar a la adolescencia. El adolescente empieza a rechazar las normas y a saltárselas. Sus argumentaciones son a veces confusas y es habitual que, cuando no las puede explicar, se encierre en su habitación y rompa el diálogo apelando a la clásica frase “mis padres no me comprenden”. En parte es cierto, aunque lo dramático del asunto es que él mismo tampoco consigue comprenderse. La variabilidad en sus deseos, la indecisión a la hora de hacer algo, las fluctuaciones en el estado de ánimo, dan buena prueba.
El hecho de encerrarse en su habitación es una manera de manifestar su sentimiento de incomprensión. Por eso, es importante que los padres no perdamos la calma y que no reaccionemos rompiendo también el diálogo. El hijo comprenderá que sus ataques no son tan destructivos y que sus padres seguimos ahí, a pesar de todo. Entonces puede llegar el momento de hablar.

Una de las causas más comunes de las discusiones con un hijo adolescente es el incumplimiento de una norma concreta: la hora de llegar a casa. Cuando llega mucho más tarde de lo estipulado, y además lo hace sin avisar, quizá sea conveniente mostrarse muy estrictos. Sin embargo, ¿cuántas veces el retraso no va más allá de un cuarto de hora? Las salidas y los horarios suelen ser las armas que se utilizan para controlar su vida. El adolescente sabe que detrás de este tema hay otro más importante: las relaciones con el otro sexo, la sexualidad y la necesidad que tienen los padres de saber qué hace su hijo fuera de casa. Lo mejor es hablar con claridad; si lo que nos preocupa es su conducta sexual, que salga con gente poco adecuada o que disminuya su rendimiento en los estudios, hay que poder hablarlo sin tapujos.