lunes, 21 de septiembre de 2015

Seis actitudes que tienen hartos a los profesores en el aula

No leer, chatear por el móvil y comer en clase, aspectos que sacan de quicio a los académicos.

"La causa de estas quejas no es solo la pereza cognitiva del alumno, sino también lo que el profesor y la universidad ofrecen como cultura académica", dice Mauricio Pérez Abril.                                

Algunos llevan décadas enseñando en las aulas, varios se cuentan entre los mejor evaluados por sus alumnos, unos dan clase en los primeros años de universidad, y otros, a los que están al final de la carrera. Hay quienes enseñan en carreras humanistas, otros son cien por ciento matemáticos.
El abanico es amplio, pero cuando les dimos a una decena de profesores de educación superior un minuto de confianza para desahogar aquello que más les molesta de sus alumnos, las respuestas se repitieron casi como una letanía. El estudio, que se realizó con una decena de profesores chilenos, demostró la coincidencia en las actitudes que más les molestan, desde lo anecdótico a temas más preocupantes.

En Colombia, los motivos de disgusto son similares, aunque algunos, como Mauricio Pérez Abril, director del grupo de investigación de Pedagogías de la Lectura y la Escritura de la Javeriana, señalan que aunque esos son los síntomas, la culpa es compartida. “La causa de estas quejas no es solo la pereza cognitiva del alumno, sino también lo que el profesor y la universidad ofrecen como cultura académica”, dice.
A continuación, los aspectos en que hubo mayor coincidencia:
Ley del mínimo esfuerzo
La lógica instrumental desmotiva a varios profesores. “Lo que más me molesta es cuando preguntan: ‘¿esto entra para la prueba?’, con la idea implícita de ‘si no, no me importa’. A veces creo que hay alumnos que solo quieren sacar el título. No les interesa aprender”, analiza un profesor senior. El más joven se queja de lo mismo: “Preguntan: ‘¡¿hay que leer todo el texto?!’, ‘pero, ¿qué va a entrar en la prueba?’. Es la ley del mínimo esfuerzo”.
“En quinto año, si estiman que lo que uno pasa no les va a servir, simplemente no vienen”, agrega una docente. “El alumno hoy está articulado alrededor de ‘para qué sirve’ lo que le enseñan, qué utilidad tiene –agrega otro–. Y hay contenidos que apuntan solo a desarrollar la capacidad reflexiva. Les digo: ‘sirve para que sean más inteligentes. Para que en la próxima reunión familiar parezcan más cultos’ ”, ironiza.
Miran para otro lado
Si no leen, no es raro que su participación en las clases sea escasa. “No opinan. Uno pregunta y es como si pasaran un millón de ángeles. Hay hasta un minuto de silencio, y ellos miran para otro lado”, dice un profesor joven.
Otro que lleva años dictando cátedra coincide: “A veces algunos hablan aunque no sepan, pero en muchos casos es el cementerio total. Tienes que mirarlos fijo para que se sientan obligados a hablar”.
“Es frustrante –agrega otro–, porque uno prepara material antes de la clase, lleva casos para analizar y espera tener una clase participativa, pero te das cuenta de que no se puede, porque ellos no leyeron. Los que opinan son siempre los mismos, cuatro o cinco. Y los otros se empiezan a aburrir y agarran el celular”, dice.
El móvil es más importante
“La regla es que si el celular suena, el dueño tiene que salir a hacer una gracia frente al curso, como recitar o bailar. Como son tímidos, funciona”, cuenta un profesor sobre su experiencia. Pocos, sin embargo, logran disimular el uso de WhatsApp y redes sociales. “Mandan mensajes por debajo de la mesa y sonríen como bobos, pensando que uno no se da cuenta”, delata uno. En otra universidad, “los sacan descaradamente y chatean. Uno no puede retarlos. No estamos en el colegio”, dice una profesora.
Y otro se queja: “Parece que el mensaje que les mandan es más importante que la clase. “Intentan disimular, porque saben que me enfurezco. Les digo: ‘mándele saludos a su noviecita’, y ahí lo guardan”.
Impuntuales y comelones
Para los académicos, hay actitudes de sus alumnos impensables cuando ellos fueron estudiantes. “Comen en clases. Sacan barras de cereal, bebidas... Yo tiré la toalla con la gente comiendo en clase”. La impuntualidad de algunos también es motivo de fastidio. “Llegan 10 minutos tarde y se enojan porque no los dejas entrar”. Otra queja de quienes tienen años de docencia es el saludo. “Que las estudiantes lleguen saludando de beso me incomoda. Quiebra la distancia de autoridad necesaria”, dice otro.
‘Súbame la noooota’
Al final del año suelen aparecer estudiantes abrumados por una nota que no les alcanza para pasar. “Considero extraordinariamente irritante que invoquen razones extracurriculares para subirles la nota, como ‘soy el primero de la familia que llega a la universidad’ o ‘con esta nota voy a perder la beca’. ¡Uno no puede subir notas por razones humanitarias o compasión!”, señala un profesor joven, que condena igualmente a “algunas chicas que esbozan una sonrisita para que le subas la nota o incluso visten provocativamente, con escotes, por si les funciona”.
‘No alcancé a leerlo’
Leer parece ser una costumbre en retirada en la actual generación de estudiantes, pues es el más reiterado y vehemente reclamo de los profesores. “Lo que más me molesta es que jamás leen. Si no hay prueba, no leen, y cuando leen te das cuenta de que además tienen muy poca comprensión de lectura”. “El concepto de lectura obligatoria no significa nada para ellos, aunque figure en el programa. No está en su hábito hacerse un plan de lectura”, reclaman dos profesores del área de ciencias sociales. Y otro agrega, “entonces uno, como las abuelitas, tiene que empezar a contarles de qué se trataba el texto y decirles ‘esto es lo principal’, y ellos anotan y anotan, en una actividad intelectual totalmente pasiva”.