martes, 17 de noviembre de 2015

Los riesgos de pretender que su hijo sea perfecto


Muchos papás les exigen hoy tanto a los niños que terminan generándoles traumas. ¿Cuál es la justa medida para no perjudicarlos?


Andrea, de 9 años, se quejaba de cansancio todo el día. No podía conciliar el sueño, sufría ataques de ansiedad y de colon irritable. Sus papás, preocupados, se vieron obligados a llevarlo al pediatra y al psicólogo para ver qué le pasaba. Luego de examinarla la incapacitó durante unos días y la sometió a terapia. Los malestares se debían a que la niña estaba abrumada por tener que responder no solo por las obligaciones del colegio, sino también por sus clases de piano, ballet y francés, que cursaba entre semana.


Casos como el de Andrea son muy comunes, pues muchos niños entre los 6 y 12 años se sienten agobiados por la apretada agenda de actividades que les imponen sus padres. “Mis papás no se preocuparon por mí. Por eso quiero que mi hijo aproveche al máximo el tiempo libre, que aprenda muchas cosas y que no le falte nunca nada”, señala Ana Lucía, la mamá de Andrea.

Las actividades extracurriculares no son un problema, pues varios estudios han demostrado el efecto positivo que genera en los niños practicar algún deporte o aprender un idioma. Por ejemplo, eleva los niveles de autoestima y disminuye la propensión a padecer problemas de conducta en la adolescencia. Pero algunos papás pecan por exceso y les piden a sus hijos más de lo que ellos pueden dar. Cuando esto ocurre, los pequeños viven temerosos pues se sienten obligados a responder a sus grandes expectativas sin margen de error y a cumplir metas muy elevadas. “No basta que sean obedientes, pues deben sacar las mejores notas en el colegio y brillar en todas las actividades alternas que realizan a diario. Si juegan fútbol tienen que ser como Messi, y si tocan música deben ser como Mozart”, dice el psiquiatra infantil Germán Casas.

Lo anterior resulta contraproducente pues muchos de los bajonazos en el rendimiento académico están relacionados con esta presión asfixiante. Y si los niños no logran alcanzar los objetivos planteados, pueden terminar frustrados, bloqueados y desmotivados. “El nivel de resistencia a la frustración es cada vez menor en un mundo tan competido como el actual”, afirma la psicóloga María Elena López, autora del libro Inteligencia familiar, una clave para la felicidad. El afán de obtener éxito y reconocimiento hace que todos quieran competir. “La niñez se ha convertido en una carrera por llegar a la cima y ya no hay espacio para que los pequeños jueguen en el parque”, dijo a SEMANA Marilyn Wedge, terapeuta familiar y columnista del portal web de la revista Psychology Today.

Las presiones terminan por minar la salud de los niños. Los altos niveles de estrés pueden generarles dolores de cabeza y estómago, gastritis, colon irritable, pérdida de peso, cansancio crónico, ansiedad y desánimo generalizado. Incluso, puede volverlos cascarrabias, poco sociables y adictos a internet, como reveló un estudio del Instituto Tecnológico de Educación (TEI, por sus siglas en inglés) en Creta.

Ese nivel tan alto de exigencia es muy marcado en los padres del siglo XXI, pues muchos tienden a querer que sus hijos sean una versión mejorada de ellos. Casas dice que esta práctica narcisista termina por generar traumas en los pequeños y les impide desarrollar su propia personalidad. “El anhelo de perfección de los padres parte de una buena intención porque lo último que quieren es hacerle daño a sus hijos, pero se convierte en una práctica agobiante no solo para los niños sino para ellos mismos”, añade López.

Pero así como exigirles demasiado a los niños los hace dependientes de sus padres, cuando estos buscan resolver los problemas de sus retoños les generan la misma inseguridad. “Hay una ambivalencia que puede resultar siendo un arma de doble filo. Por un lado los papás quieren que sus hijos sean los mejores y les exigen al máximo, pero por el otro procuran darles muchas cosas sin que tengan que esforzarse por obtenerlas”, explica Casas.

Varios expertos consideran que es posible exigir sin causar daños. Wedge afirma que los niños deben ser libres de elegir sus actividades. Para eso es fundamental tener buena comunicación con los padres y que ellos sepan cómo motivarlos sin hacerles sentir que los están obligando. Además, no deben vigilarlos demasiado ni juzgarlos severamente por su rendimiento, pues dejarán de ver lo divertido de esas actividades. Pero la motivación debe venir directamente del niño, pues de lo contrario no sabrá cómo tomar sus decisiones con autonomía en el futuro. “El niño obedece para complacer a los papás, pero en el fondo se siente cohibido y deprimido porque no es libre como sujeto”, dijo Wedge a esta revista.

Casas afirma que las metas que los padres tracen deben ir de la mano con las capacidades, las preferencias y la edad del niño, pues los problemas surgen cuando la exigencia está mal direccionada. Si no le gusta el fútbol y prefiere el basquetbol, hay que darle gusto. Lo mismo aplica para una niña que prefiera aprender a cocinar en lugar de ir a una clase de ballet. “Hay que conocerlos bien y ayudarlos a decidir por sí mismos, pues ellos no van a tener la autonomía inmediata para definir de buenas a primeras sus cosas. Pero no hay que imponerles nada de forma autoritaria. La moderación es esencial”, dijo Casas.

De igual forma, el afecto tiene que ir a la par de la exigencia. Si los papás solo exigen y no dan muestras de cariño y apoyo permanentemente, los niños se van a sentir muy frágiles y solos. Los papás deben tener altas expectativas pero no esperar que sus hijos las cumplan pronto y sin encontrar obstáculos en el camino. “Deben ayudarlos a formar más su ser interior e identificar los recursos emocionales, materiales y educativos que requieren para desarrollar a plenitud sus capacidades y habilidades”, señala López.

También es importante que los papás sepan reconocer los avances de sus hijos. Muchos cometen el error de insistir en lo que está pendiente y no se preocupan por premiar los esfuerzos. No solo los deben felicitar cuando “haya sacado la mejor nota en el colegio o haya quedado en el primer lugar de alguna competencia. El reconocimiento y el afecto deben ser incondicionales durante la crianza”, afirma Wedge.

Finalmente, los padres tienen que procurar un entorno familiar amable y tranquilo para sus hijos, y no olvidar que deben dejarles su propio espacio a medida que ellos crezcan, pues muchos tienen problemas de depresión y ansiedad porque reciben demasiada atención. Además, puede provocar problemas maritales y destruir la vida de pareja. Ellos necesitan tiempo para leer, escribir, pensar, dibujar, construir, crear y fantasear. “Esto los ayudará a descubrir con mayor claridad sus gustos e intereses y, lo más importante, a comprender quiénes son”, concluye Wedge.