jueves, 3 de diciembre de 2015

Los niños tienen derecho a sentir miedo

Hace parte del desarrollo y se irá con la edad, pero ciertos temores los aprenden de los adultos.

Cuando los niños son mayorcitos llegan los miedos estructurados, como a un robo, a que el avión se caiga, o que los ladrones entren a casa.
Cuando los niños son mayorcitos llegan los miedos estructurados, como a un robo, a que el avión se caiga, o que los ladrones entren a casa.

Quién no pensó, siendo niño, que en la habitación, debajo de la cama, o tal vez del clóset, saldría un monstruo terrorífico que no solo le robaría el sueño sino la tranquilidad: eso es sentir miedo.
Sin embargo, los miedos, al igual que el desarrollo físico y emocional, también tienen un proceso y evolucionan con el crecimiento.
Es así como el miedo a los monstruos suele aparecer a los 3 años de vida, y es común creer que un ser extraño y malo aparecerá en la oscuridad.


¿Qué hacer entonces como padres frente a los miedos de los niños? Lo primero es entender que es algo natural que se superará con el desarrollo del pensamiento, y, como adultos, prodigar un ambiente de seguridad al pequeño.
Según Juana Morales, psicóloga y experta en crianza, el niño se asusta cuando no se siente seguro, por lo que puede huir o paralizarse, y la misión del adulto es ayudarle a enfrentarlo. Según dice ella, los siguientes son los miedos más comunes de acuerdo con la edad.

El miedo cambia
A los 8 meses, el bebé diferencia las personas cercanas a él de las desconocidas, por lo que puede sentir miedo ante estas y llorar si lo quieren alzar o le hacen juego. No se preocupe, reciba a su hijo en brazos y permítale que poco a poco se familiarice con la nueva persona que le está presentando. No lo regañe ni lo obligue; sea amoroso y cuéntele quién es ese ‘desconocido’ e invítelo a jugar.
Luego suele llegar el miedo a los objetos grandes que se mueven inesperadamente, como los animales. Ante esto, no acerque el niño a la fuerza hacia el animal si no lo desea, mejor ayúdelo con palabras y protección. Esa prevención puede ser también hacia un objeto; permítale conocerlo, mirarlo de cerca y saber qué es y qué hace.
A los 18 meses aparecen los sueños, que suelen despertarlos, no los dejan dormir bien y se sobresaltan. Lo mejor es acompañarlos en su alcoba mientras se duermen de nuevo.
Hacia los 2 años aparece el miedo a la separación de los padres, a que tal vez no vuelvan. Por esto, explica Morales, hay que adelantar buenos procesos de adaptación en los jardines infantiles, para que no sientan miedo al ingresar por primera vez y logre superar la etapa con el apoyo de los profesores y la serenidad de los padres.
También es básico, para superar este temor, que los padres cumplan lo que prometen al niño, pues él no maneja bien el concepto de tiempo, pero sí lo tranquiliza saber que lo recogerán después del almuerzo, o de tomar onces, o que almorzarán juntos.
Con el tiempo llega el miedo a los monstruos, hacia los 3 años; y a los 4, el temor a la evaluación de los otros. El niño comienza a entender que los demás pueden hacer juicios sobre su comportamiento y sobre lo que hace.
Hacia los 5 años y medio temen a fenómenos físicos como las tormentas. Y a los 7 llegan los miedos más estructurados, como el miedo a un robo, a que el avión se caiga, a que los ladrones entren a casa, etc.

Los niños también pueden generar miedos por malas experiencias, por ejemplo el miedo al agua. Algunos temen a la piscina por un primer evento negativo; lo mismo puede pasar con los perros o los animales en general. En estos casos, los padres pueden consultar expertos que les den confianza, como un instructor de natación que ayude al niño a superar el miedo al agua.
Otro miedo común es el que sienten por la oscuridad y lo que ella pueda encerrar. Al respecto, los padres pueden dejar en la noche, alguna lamparita encendida en su cuarto, que no le impida dormir, pero que le deje ver el espacio. Con el tiempo, el niño aprenderá a dormir sin ella. A veces funciona jugar a las sombras o pegar en el techo o pared pequeñas estrellas luminosas, y revisar el cuarto con ellos antes de ir a dormir para saber que allí no hay nada ni nadie.
Parte heredada
Ahora bien, hay que entender que no todos los niños son iguales: unos son más sensibles que otros y cada quien tiene su propio temperamento; además, el ejemplo de los papás es fundamental. Muchos de los miedos se aprenden de los adultos, ya sea por sus palabras o por sus acciones.
Por lo general, los padres nerviosos suelen tener hijos nerviosos, y los tranquilos, hijos más serenos. Esto varía, pero se afirma que el ejemplo es fundamental.
Cuando un niño ve que a su mamá la asustan las arañas, tal vez aprenda a temerles también, o unos padres muy protectores pueden generar en sus hijos temores muy fuertes hacia el mundo exterior.
Por ello, los padres deben mirarse a sí mismos y reconocer sus propios miedos, para poder identificar cuáles pueden estar copiando sus hijos, o si sus temores hacen parte del normal proceso de crecimiento.

La llegada de un hijo suele llevar a los padres a auto-evaluarse, a analizar qué valores tienen y, por ende, sentir angustia, inseguridad y miedo frente al futuro. Sin embargo, el ser padres, por el contrario, los debe motivar a reflexionar sobre sus propios miedos y descubrir que ya pueden desprenderse de ellos, y vivir más tranquilos.
¿Cómo ayudarlos?
Si su hijo siente miedo, no trate de negarlo ni le diga que no lo sienta, porque le está enviando el mensaje de que sentir miedo es malo y debe evitarse a toda costa. Lo que los padres deben hacer es validar ese miedo, es decir, darle un sentido y una razón de ser. Dígale al niño: “entiendo que sientas miedo, ese perro es muy grande, pero busquemos a su dueño para que nos deje acercar y conocerlo”. Con ello le explica que el que sea grande no lo hace malo y logrará que el niño se sienta protegido y con su propia capacidad para superarlo. Por otra parte, recuerde que el miedo es una alerta, un anuncio de que algo grave puede pasar y hay que prevenirlo, lo cual no es malo; solo evalúe el origen del miedo y dele solución.
¿Cuándo consultar?
Para saber si los miedos de su hijo necesitan ayuda profesional, observe si estos le impiden realizar sus actividades diarias. Si al apagar la luz tiembla, suda o no quiere quedarse solo, y si además se angustia o genera reacciones físicas, es momento de ir con un especialista, pues ellos realizan terapias llamadas ‘aproximaciones sucesivas’, en las que los enfrentan poco a poco a ese miedo hasta que lo vencen y entienden su porqué.