martes, 30 de junio de 2015

Qué son los celos y cómo prevenir que tu hijo los sienta

Qué son los celos y cómo prevenir que tu hijo los sienta

Los celos podemos definirlos como un estado afectivo caracterizado por la emoción de miedo intenso a perder o ver mermados el cariño y la atención de alguien querido o el temor de que esa persona prefiera a otra. El niño celoso percibe la realidad algo distorsionada, piensa que es menos querido que antes, su autoestima disminuye, se encuentra ansioso y angustiado, puede rechazar aquello que le gustaba hacer y le cuesta mantenerse concentrado, incluso puede aislarse.

Los celos en la familia

En la familia, la rivalidad entre hermanos por sentirse queridos y atendidos por los padres y la llegada de un nuevo miembro a la familia suelen ser los motivos principales que desencadenan los celos. Los celos son una etapa relativamente normal que se debe superar y no tiene importancia si es circunstancial y pasajera, pero madres y padres debemos estar atentos cuando estos celos alteran significativamente la convivencia y el desarrollo normal del niño, o sean demasiado frecuentes y no remitan a los cinco años de edad.
Nuestra intervención como padres es esencial para evitar el sufrimiento de estos niños, ya que su duración excesiva puede llevar a un desarrollo anómalo de su personalidad, y pueden aparecer algunos comportamientos negativos muy variados, como agresividad, impulsividad, inseguridad y desajustes en sus relaciones sociales, como la desconfianza hacia los demás, terquedad o envidias.

Pautas a seguir ante los celos

El estado prolongado de la situación de celos de nuestro hijo dentro de la familia depende, mayormente, de nuestro comportamiento, por lo tanto, aquí tenemos algunos consejos para poner en práctica:

  1. Reforzamos los comportamientos contrarios a los celos, como la cooperación, el cuidado, la amabilidad y el afecto. En este caso, el ‘refuerzo social’ (abrazos, elogios o prestarle atención) es un medio muy adecuado para que disminuya esta actitud de celos.
  2. Ignoramos las conductas en las que predominen emociones celosas, es un método muy eficaz para eliminarlas. Al principio, este método puede aumentar la intensidad de los celos pero, si aguantamos y somos perseverantes, disminuirán significativamente.
  3. Evitamos comparar a los hermanos entre sí.
  4. En el caso de celos por la llegada de un hermano, sacamos tiempo para dedicarlo en exclusiva a cada uno de nuestros hijos. A veces, la llegada de un bebé que requiere tantos cuidados hace que nos olvidemos de que hay otra persona que también necesita nuestra atención.
  5. Explicamos al niño que papá y mamá le van a querer igual que antes, aunque no podamos dedicarle tanto tiempo.
  6. Mantenemos los hábitos y rutinas del niño lo máximo posible ya que, de esta manera, se adaptará mejor a la nueva situación familiar.

lunes, 29 de junio de 2015

El rechazo a la escuela ¿Qué hacer con los niños que no quieren ir al cole?

El rechazo a la escuela ¿Qué hacer con los niños que no quieren ir al cole?

En el momento en que el niño entra en la escuela, va a tener que adaptarse a un sistema de vida, de relaciones y de valores diferentes a los que había conocido anteriormente. Cuando llega a la escuela, su única experiencia son las vivencias familiares y sus expectativas sobre la vida escolar son bastante confusas. Algunos de ellos rechazan la escuela, lo que supone un motivo de alarma, tanto para los padres como para los maestros.
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Aparecen las enfermedades y ausencias

Con cierta frecuencia, el rechazo a la escuela no se manifiesta abiertamente, sino que se encubre tras un supuesto malestar físico, en forma de trastornos de este orden, fiebre, diarreas o dolores de cabeza, justo los días que el niño tiene que ir a la escuela y nunca cuando tiene vacaciones o cuando hay alguna actividad interesante para él. Generalmente, no se tiene en cuenta la estrecha relación que existe entre este tipo de enfermedades y una posible inadaptación. Las ausencias por pequeñas enfermedades denotan la dificultad del niño para adaptarse a su nueva situación: separación de la madre, relacionarse con desconocidos, nuevos ritmos y horarios. Enfrentarse a todo esto constituye un nuevo mundo para él.
Los dolores de cabeza, vómitos, faringitis y diarreas repetidas pueden ser síntomas de conflictos psicológicos que el niño manifiesta inconscientemente, aunque estas exteriorizaciones son a veces momentáneas y pueden desaparecer al cabo de días si la escuela tiene un ambiente acogedor. Hay que tener en cuenta que el absentismo es una de las causas más frecuentes del retraso escolar. El niño que no tiene buena salud tendrá más dificultades para concentrarse, bajo rendimiento intelectual y cansancio a la hora de hacer sus tareas escolares, lo que tendrá como consecuencia un detrimento en su desarrollo evolutivo.

El niño vuelve a hacerse pipí

El niño que controla sus esfínteres, en el momento de ingresar en la escuela puede sufrir una regresión en este terreno. Evidentemente se trata de una manifestación de la dificultad que el niño tiene ante esta nueva situación. Es necesario que la escuela lo tenga en cuenta y no aumente las dificultades al pretender reprimir este problema. Hay que pensar que, aunque el control de esfínteres se adquiere hacia los 2 años, este control no se domina totalmente hasta los 4 años y representa un esfuerzo psicológico importante para el niño que bajo la presión de una situación difícil puede ceder fácilmente.

Cuidado con los comportamientos retraídos

La mayoría de los niños lloran el primer día de clase y posiblemente unos cuantos días después. Llorar es la manifestación de algún tipo de malestar. Los niños lloran ante una situación desconocida o ante la pérdida momentánea de la seguridad que representa su familia. Si el ambiente que encuentra es acogedor, enseguida sabrá reconocer las ventajas que la nueva situación le representa; se adaptará rápidamente y el progreso realizado con la entrada en la escuela será sorprendente.

Pero no todos los niños reaccionan de la misma manera ante lo que no les gusta: algunos lo hacen de manera abierta (lloran, se enfadan, hacen una pataleta) y otros, por el contrario, reaccionan de forma más tranquila, pero no por eso debemos dejar de estar atentos a su comportamiento. Estos últimos, aunque aparentemente pueden mostrarse mejor adaptados, quizá viven situaciones desagradables que son más difíciles de captar y que solo se manifiestan en forma de cierta tristeza o desgana. En el extremo de esta conducta hay niños que tienen un comportamiento retraído: no hablan con sus compañeros, no juegan en el patio y se quedan aislados en un rincón. Estos niños, a veces, tienen una dependencia acentuada respecto a la madre, cuando ésta se encuentra con el niño en casa. Si estas conductas persisten se tiene que observar qué sucede, no sólo en el momento en que se le lleva a la escuela, sino indagar también qué le pasa cuando está en ella.

domingo, 28 de junio de 2015

La actividad social del niño entre los 6 y los 12 años

La actividad social del niño entre los 6 y los 12 años

La actividad social del niño varía según su edad y sus propias experiencias. El niño afronta sus relaciones dando a cada uno un trato diferenciado. En la primera infancia sólo los padres son importantes. Más tarde, al entender que existe otro mundo más extenso aparte de su familia, se inicia en la independencia respecto de la madre y valora al resto del grupo familiar, entablando con ellos relaciones de amistad, de prepotencia, descaro o sensiblería. Pero también existen otros grupos sociales con los que el niño entrará en contacto. La escuela y los amigos le ayudarán a integrarse en una actividad social en la que, a medida que crezca, tendrá que aceptar normas, esperar turno y saber escuchar. Además, entablará relaciones de verdadera camaradería y adquirirá valores tan específicos como la lealtad y la amistad.

Una actitud intolerante a los 6 años

El niño de 6 años se mantiene en continua discusión, sobre todo con su madre. Aunque es con ella con la que mantiene un duelo más fuerte, también es a ella a quien más necesita. La madre, con una correcta actuación y sin pretender cambiar autoritariamente la conducta de su hijo, puede conseguir que desista en sus intentos y que suavice su irritabilidad. El niño capta cualquier tensión en casa y es capaz de adoptar posturas variables de dulzura o desprecio frente a problemas que puedan surgir con la madre. Frente a otras personas se puede mostrar francamente maleducado, adoptando un comportamiento insolente. En lo que respecta al padre, es bastante exigente con él y le gusta acaparar su tiempo; con él se muestra menos batallador y le gusta compartir juegos y actividades. No es extraño que el niño se muestre egoísta e intolerante, ni que quiera acaparar la atención de los demás. Le gusta ser el primero en todo y le cuesta aceptar que los demás puedan vencerle. A pesar de todo, le gusta jugar con otros niños, en grupos que suelen ser muy variables.

La colaboración aparece a los 7 años

El niño de 7 años colabora dentro del grupo familiar y cumple con las responsabilidades que se le designan, y lo hace generalmente de forma consciente. Se identifica con su familia y le gusta demostrar que él, al igual que el resto de los miembros que la configuran, tiene unas funciones y unas tareas específicas que debe realizar para garantizar que todo marche bien. No es tan testarudo como lo era el año anterior y se muestra más comprensivo y dulce en su relación con la madre. Mantiene buenas relaciones con el padre y siente admiración y cariño por el resto de la familia. No obstante, puede mostrarse celoso ante algún hermano menor y es bastante influenciable en sus relaciones. Con los amigos ya no es tan agresivo y las peleas no resultan tan constantes, aunque no desaparecen del todo. Puede jugar con compañeros del sexo opuesto sin discriminación, pero ya empieza a establecer algunas diferencias a la hora de escoger un grupo para jugar. Ya no le resulta tan necesaria la presencia del adulto, ni para jugar ni para realizar tareas concretas.

Aceptación fuera de casa a los 8 años

A los 8 años, el grado de dominio que posee el niño de gran parte del comportamiento social hace que guarde la compostura y se muestre educado y atento frente a los demás. Se comporta mucho mejor fuera de casa, y amigos y conocidos quedan encantados con las atenciones del niño y valoran su actitud. No tiene problemas para entablar nuevas relaciones. Con sus amigos, el juego empieza a ser bastante organizado, aunque es exigente con ellos y también reclama su constante atención. Le gusta salir y visitar a otros niños. Los mejores amigos suelen ser de su mismo sexo, especialmente en el caso de las niñas.

El despiste a los 9 años

A los 9 años el niño se muestra más dócil y menos exigente que a los 8 años, pero está absorto en su mundo y parece que no escuche a nadie. Aunque es francamente despistado, lo cierto es que cuando se le recuerda una tarea, la lleva a cabo sin problemas. Le gusta entablar conversaciones que le aporten información y en ocasiones desestima el juego para poder charlar.

La relevancia familiar a los 10 años

La familia adquiere una relevancia especial para el niño de 10 años. Vuelve a establecer una intensa relación con la madre, alejada de discusiones y problemas. Si el ambiente familiar es normal, el niño idealiza a su familia. No cree que exista otra familia mejor que la suya y disfruta con las salidas y actividades conjuntas. Tiene facilidad para demostrar su admiración y es cariñoso y afectuoso.

Desmitificación de los padres a los 11 y 12 años


Al llegar a los 11-12 años reduce considerablemente el tiempo que pasa junto a sus padres. Le gusta estar en casa y fuera de ella, pero con sus amigos. Se vuelve más realista y desmitifica esa familia ideal de los 10 años. La familia ya no resulta tan perfecta y empieza a criticar algunas actuaciones de sus padres. Empieza a tornar algunas iniciativas, pero sólo en temas que le interesan. Tiene muy en cuenta las críticas de sus padres, aunque ello no hace que sea más responsable.

sábado, 27 de junio de 2015

Amigos, el mejor refugio del adolescente

Amigos, el mejor refugio del adolescente

La amistad es clave en la vida del adolescente. Los amigos representan el escalón que permite saltar de la dependencia infantil a la autonomía adulta, con la consiguiente inclusión en la sociedad. Actúan como relevo de los padres, sin ser sus sustitutos, y proporcionan la compañía necesaria para afrontar esta nueva situación de independencia. Los amigos adolescentes se vuelven inseparables y no se cansan nunca de estar juntos, aunque se aburran y no sepan qué hacer. Aún así, cuando un adulto recuerda su adolescencia, las experiencias que suelen haberle quedado mejor grabadas son los momentos que pasó con los amigos. De hecho, las amistades de la adolescencia suelen convertirse más tarde en los «mejores amigos» y permanecen con el paso de los años.
En la adolescencia, los amigos ocupan un lugar preferente porque en ellos se depositan los sentimientos, las comunicaciones más íntimas, la fidelidad incondicional y los vínculos afectivos, a veces casi más profundos que con los padres. Si los padres entienden estos sentimientos y los aceptan sin sentir que su hijo ya no los quiere, los amigos no se convertirán en el único refugio al que acudir.
Uno de los factores que hace que la amistad cobre tanta relevancia es que permite al adolescente encontrarse consigo mismo y con los demás en un plano de igualdad diferenciada. Hasta entonces el adolescente no había elegido ni decidido, a título personal, con quién quería relacionarse: la familia, hermanos, primos, amigos de la escuela… todo era «obligatorio», venía dado por su inclusión genealógica o por la decisión de los padres de asistir a tal o cual lugar. La amistad del adolescente supone una elección de con quién quiere ir. Esta libertad de elección hace que sean «sus amigos» y que resulte tan difícil admitir opiniones de los padres acerca de la conveniencia o no de ellos.

La figura del líder


La amistad conlleva necesariamente un funcionamiento grupal: los componentes del grupo comparten intereses, gustos, aficiones, colegio, etc. En principio no existe una organización estructurada, ya que no existe un líder y sus lazos de unión se basan en la coincidencia de costumbres o gustos. Cuando el grupo se consolida, pueden surgir de manera espontánea ciertas reglas internas y emerge entonces también la figura del líder como representante de los intereses colectivos. ¿Qué consigue el adolescente con esta figura? Supone la autoafirmación personal del «yo soy eso», en la medida en que este «eso» es compartido por todos. La pandilla reafirma y reasegura su identidad y, retroactivamente, cada miembro aporta continuidad y estabilidad a la pandilla. Por su parte; el líder potencia la cohesión interna de la banda y la realización de sus intereses. En algunos casos, esta cohesión interna se consigue a través de una postura de provocación y de llamar la atención a la sociedad.

viernes, 26 de junio de 2015

La autoridad positiva

La autoridad positiva

Los padres, a menudo, nos encontramos con la dificultad de hallar un equilibro entre la tolerancia total y la falta de paciencia a la hora de poner límites claros a nuestros hijos. Pero es importante explorar las maneras de acercarnos a ese equilibrio para ejercer nuestra autoridad en forma positiva.
En lo cotidiano, a veces, nos encontramos con situaciones que nos exceden en lo que refiere a la educación de nuestros hijos. Parece que se nos hace difícil congeniar el desgaste que produce el trabajo, las tareas del hogar y las ocupaciones diarias con la enorme tarea de educar. Es común observar cómo en ocasiones debilitamos nuestra propia autoridad y, en consecuencia, perjudicamos el desarrollo sano y feliz de nuestros niños.

En general, los errores que cometemos todos los padres son similares, y es interesante analizarlos para poder reflexionarlos. Vamos a repasar algunos de ellos:

La permisividad excesiva

En primer término, la permisividad excesiva. Muchas veces, los niños pueden interpretar las faltas de participación por parte de los padres como una falta de estima o valoración, por lo que no es posible educar sin intervención alguna. Nuestros pequeños precisan referentes y límites para crecer felices y equilibrados.
  • Somos los adultos los que tenemos que indicarles lo que está bien, lo que está mal y lo que significa el respeto. Ellos nos necesitan para esto, porque no han nacido sabiéndolo.

El autoritarismo anula la personalidad

En el otro polo de la permisividad se encuentra al autoritarismo, que es creer que el niño debe hacer siempre todo lo que sus padres le indiquen, lo que anula su personalidad. Se trata de enseñarles a obedecer por obedecer, con el riesgo de que esto convierta a nuestro hijo en una persona sumisa, sin dominio de sus actos, esclavo de lo que otros le dicen que haga.
  • Es importante escuchar las razones de nuestros hijos, ceder cuando creemos que es conveniente que él pueda decidir determinadas cuestiones y dejar que se exprese.
Además, también es conveniente aprender a negociar con ellos, lo que no implica permisividad, sino escucha, explicaciones y comunicación constructiva entre padres e hijos.

Evitar contradicciones

Un error habitual es caer en la falta de coherencia, y esto es en varios sentidos. En primer término, la contradicción entre lo indicado por el padre y por la madre. Esto, en ocasiones, genera discusiones entre ambos frente al pequeño, que se siente indefenso ante la falta de claridad. Es importante actuar en conjunto, y conversar las diferencias en privado para poder educar en equipo.
Otra incoherencia habitual ocurre cuando decimos que no, pero luego nos retractamos y accedemos a lo que anteriormente negamos. Lo aconsejable es no dar marcha atrás cuando decimos que no, porque esto confunde a nuestros hijos. Lo mismo ocurre con no cumplir con las penitencias que decidimos llevar a cabo. Por eso conviene no negar por negar, ni amenazar con penitencias que no cumpliremos luego.

No perder la paciencia ni gritar a la mínima

Es común también en los padres y madres gritar y perder la paciencia fácilmente. Esto supone un abuso de fuerzas para el niño, y además, en caso de repetirse con frecuencia, tampoco servirá para que él mismo tome consciencia de algún hecho, sino que es probable que se acostumbre a los gritos, y ya no reaccione frente a ellos. Pero lo esencial es que gritando no se construye un hogar armónico, donde exista una comunicación afectiva y pacífica, sino que genera tanto para padres como para hijos un trato hostil, lo que corroe la salud emocional de toda la familia. Por eso, si nos sentimos desbordados podemos pedir ayuda a profesionales, a la institución educativa o a nuestros pares.

Estos errores, si tratamos de corregirlos, nos permitirán educar a nuestro hijo de una manera más efectiva. Por último, os dejamos más consejos para reforzar nuestra autoridad positiva como padres: dar ejemplo, reconocer los propios errores, valorar los intentos de nuestros hijos por mejorar, darles tiempo para incorporar aquellas cosas que pretendemos enseñarles, educar con claridad, confiar en ellos. Y, sobre todo, comprender que a veces tan sólo debemos actuar desde el amor y desde el sentido común, comprendiendo que los límites son para nuestros pequeños como las barandas de un balcón: los necesitan para no caer.

jueves, 25 de junio de 2015

Cómo hacer que tu hijo asuma responsabilidades en casa?

¿Cómo hacer que tu hijo asuma responsabilidades en casa?

Si queréis conseguir que vuestros hijos asuman responsabilidades en el hogar, organizad una asamblea en la que participe toda la familia. En ella, debéis completar una planificación que incluya las tareas que deben realizar. Para ser equitativos con vuestros hijos en el reparto de sus obligaciones, proponedles que elijan las tareas de acuerdo con la siguiente clasificación:
  •  Por preferencia. Cada uno tiene que pensar lo que le gustaría hacer o qué responsabilidad les apetecería asumir, como: sacar la basura, bajar al perro, poner y quitar la mesa, etcétera. Si optan por sus preferencias, es más probable que las cumplan.
  • Por viabilidad. Las tareas se dispondrán de acuerdo con los horarios escolares y a las actividades que tengan por las tardes o en el fin de semana, para que no entorpezcan sus planes y a la vez puedan cumplir con sus obligaciones.
  • Por destreza. De esta forma, las tareas les resultarán más cómodas y sencillas y, sobre todo, acordes con su edad.
Por supuesto, recordad que nunca debéis permitir que el reparto de tareas se realice por distinción de género, es decir, tareas de chicos y tareas de chicas. De esta manera educaréis en la igualdad. Y, por último, finalizad amablemente la asamblea dándoles las gracias por su cooperación.
Los padres y madres a menudo asumen responsabilidades que realmente no les corresponden a ellos, sino a sus hijos, pero que lo hacen con la mejor intención. Creen que es bueno para los hijos que mientras sean pequeños se dediquen únicamente a sus estudios y a sus actividades extraescolares. Los padres y madres, pensando en el porvenir de los hijos, quieren que únicamente se dediquen a estudiar, sin darse cuenta de que eximirles de ciertas responsabilidades sólo traería como consecuencia privarles del aprendizaje más importante: valerse por ellos mismos, ser capaces de tomar decisiones y responsabilizarse de ellas como personas autónomas e independientes.
Si vuestros hijos consiguen las cosas por la vía fácil, les estaréis demostrando que se puede tener todo a bajo precio y sin esfuerzo. Cuando quieran algo y no lo obtengan, desde muy pequeños, llorarán, tendrán rabietas y gritarán cada vez más alto para que les deis lo que piden. Con esta forma de actuar provocaríais en ellos que generen muy poca tolerancia a la frustración, por lo que buscarán hasta límites insospechados cualquier argucia para conseguirlo. Si optáis por darles todo, les estaréis proporcionando una educación que les convertirá en seres con comportamientos egocéntricos y en pequeños tiranos, que para satisfacer sus propias exigencias habrán aprendido actitudes y comportamientos de amenaza y desafío tanto frente a vosotros como frente a sus profesores, educadores e incluso amigos y compañeros.
Ya se trate de niños o de adolescentes o incluso de algunos de esos inquilinos treintañeros que aún viven con sus padres y siguen chupándoles la sangre y vaciándoles el monedero, el hecho es que cada vez asumen menos responsabilidades. Tienen todos los derechos y muy pocas obligaciones. Parece que, de un tiempo a esta parte, ellos ya no tienen que aportar tanto dentro de la familia, sino que les da todo hecho, no como en épocas anteriores en las que cada uno de los hermanos se responsabilizaba de sus tareas cotidianas desde pequeño y sin rechistar.

Si lo tienen todo desde niños, ¿existe algún motivo por el cual al llegar a la adolescencia quieran renunciar a esos beneficios? ¿Querrán dejar de seguir teniéndolo todo? Obviamente, no. Si no delegáis en ellos responsabilidades y tampoco les enseñáis ni les motiváis para que cooperen en casa, seguiréis siendo el mayordomo de vuestros hijos. Invertid tiempo en educar con firmeza y cariño para que cumplan con sus obligaciones y la batalla no estará perdida.

miércoles, 24 de junio de 2015

Qué hacer y qué no para educar en valores a nuestros hijos

Territorio SP | Qué hacer y qué no para educar en valores a nuestros hijos

Educar a nuestros hijos y transmitirles los valores necesarios para encarar la vida de la mejor manera posible no es fácil. Como padres, queremos ofrecer a nuestros pequeños todos los recursos que estén a nuestro alcance para que tengan una vida feliz y plena. Pero, a veces, no sabemos por dónde empezar, cómo hacerlo o si lo estamos haciendo bien.
En este sentido, Bernabé Tierno, psicólogo, psicopedagogo y asesor de Superpadres.com, nos ofrece algunas pautas de comportamiento para que los padres sepamos cómo tenemos que actuar si queremos plantar y ver florecer en nuestros hijos la semilla de los valores. Son éstas:
  • Respetar la individualidad de cada niño. Nuestro hijo ha de sentirse único, independiente y libre para tomar sus decisiones. Como padres, no podemos obligarlo a ser lo que nosotros queremos que sea, ni intentemos encauzar su futuro. Nuestra función es educarle y apoyarle, pero siempre respetar su vocación y sus decisiones.
  • Descartar las etiquetas y los juicios negativos. Las comparaciones nunca son buenas, mucho menos si se trata de nuestros hijos. Si les comparamos con otros niños o les ponemos etiquetas, aunque puedan sonarnos positivas, les podemos hacer sentir mal consigo mismos.
  • Reforzar lo positivo. A los niños, como a los adultos, les influye el humor y estado de ánimo de la gente que les rodea. Por eso, si queremos hijos alegres y positivos debemos serlo nosotros también. Las formas a la hora de decir las cosas son determinantes, por eso si les hablamos en positivo y destacamos lo que hacen bien en lugar de lo que hacen mal, les motivaremos mucho más.
  • No halagar constantemente nuestro hijo. Aunque no seamos conscientes de ello, el hecho de repetir una y otra vez lo bien que hacen las cosas puede transmitirles la sensación de que los estamos juzgando constantemente.
  • No premiarles con regalos cuando hacen bien las cosas. La verdadera motivación para ser buenos y actuar correctamente debe ser que nos sintamos orgullosos de ellos. Es importante que el niño se sienta a gusto y satisfecho con el simple hecho de saber que está haciendo bien las cosas o que se ha esforzado al máximo para que las cosas salgan bien.
  • No fingir lo que no somos. Desde el principio debemos contar a los niños la realidad de nuestra familia, sea la que sea. Siempre con palabras acordes a su edad para que las puedan entender pero nunca hay que mentirles. Esto les hace fuertes y les enseña que no deben avergonzarse de quien son.
  • Ponernos de acuerdo padre y madre. No siempre será fácil, pero debemos intentar mostrar el máximo consenso delante de los hijos. La táctica del “poli bueno y el poli malo” no funciona. Y si no es posible llegar a un acuerdo, en algunas ocasiones se pueden someter a votación las decisiones y dejar participar también al niño. A partir de los 7 años los niños ya pueden opinar y participar en la toma de decisiones.
  • Manifestarnos como somos. No se trata de ser padres perfectos, sino de ser padres humanos. Si nos equivocamos, debemos reconocerlo y disculparnos si la situación lo requiere. Con esta actitud estamos enseñándole al niño que no pasa nada por cometer errores siempre que nos responsabilicemos de ellos y hagamos lo posible por solucionarlos.
  • No poner demasiadas normas. Es mucho mejor tener pocas normas y que sean claras. Además, no debemos olvidar que la mejor manera para que el niño aprenda a comportarse como debe y adquiera una buena educación en valores es que los padres prediquemos con el ejemplo.

martes, 23 de junio de 2015

Cómo evitar gritar a tus hijos

Cómo evitar gritar a tus hijos

Hasta el padre o la madre más centrados pueden tener un mal día. Hasta el niño más obediente puede hacer alguna vez una travesura que nos saque de las casillas. Pero reaccionar frente a un conflicto con violencia no es la manera de hacernos respetar por nuestros hijos.
Los padres somos las personas más importantes y las figuras a imitar en la vida de nuestros hijos. Tenemos la capacidad de construir en ellos la confianza en sí mismos y hacer que respeten las normas para convertirse en personas de bien. Pero también tenemos el poder de dañarlos profundamente con nuestras palabras, así como con el modo en que se las decimos. ¿Cómo podemos evitar los gritos, los insultos y frases hirientes cuando un niño se comporta mal?
Lo primero es comprender que los gritos resultan contraproducentes. En lugar de enseñarles a nuestros hijos disciplina, terminan por volverlos más rebeldes. A medida que los gritos se convierten en algo habitual para el niño, se vuelve necesario elevar aún más el tono de voz y las palabras negativas o amenazantes. Nuestra autoridad se va debilitando progresivamente, y la relación con los hijos se resquebraja. Además, los niños a los que se les grita o se les maltrata aprenden a gritar y a maltratar a los demás. Por supuesto, que frente a nuestros hijos debemos mandar nosotros, pero la nuestra debe ser una autoridad positiva, que marque las malas conductas sin estigmatizarlos como personas. Así, en lugar de decirles “siempre tan desordenado, tu cuarto es una pocilga”, deberíamos optar por una frase como “es necesario que ordenes tu cuarto, así podrás encontrar los juguetes en su lugar cuando quieras volver a jugar con ellos”.
Claro, que si hemos tenido un día difícil en el trabajo o con la pareja y, para colmo de males, el niño nos espera con la casa revuelta, es difícil contenerse en decir algo inadecuado o hiriente. Para ello, lo mejor es no decir nada, respirar hondo y contar hasta diez. Estos pocos segundos nos ofrecen la perspectiva real del problema y nos ahorran gritar frases de las que después nos arrepentiremos. Es preferible que sea el mismo niño el que reconozca lo que hizo mal. Si lo llamamos y le decimos “ven aquí, observa tu cuarto, ¿cómo se encuentra? ¿Qué me prometiste que ibas a hacer después de jugar?” es más probable que el niño termine ordenando que si le gritamos y lo amenazamos con un castigo.
Para lograr una comunicación fluida con nuestros hijos, donde prime el respeto y el entendimiento mutuo, es necesario que nosotros los adultos, aprendamos a ponernos en su lugar. Una escucha activa al niño, en la cual le demos importancia a sus sentimientos, nos ayudará a comprender los motivos detrás de aquellas conductas que encontramos reprobables. En lugar de regañarle diciendo que es un holgazán, que no quiere ir al colegio, preguntemos qué le ocurre. Tal vez tenga dificultades con algún área de estudios, o se haya peleado con su compañero de pupitre. Entonces estaremos en condiciones de ayudarle.
Tampoco debemos ser permisivos. Marcar hábitos y normas también es dar amor. Por eso, cuando pongamos un límite a nuestros hijos o señalemos una conducta reprobable, debemos transmitirles que de ningún modo está en juego el cariño que sentimos por ellos. Finalmente, si, pese a todo, tenemos un arranque de ira y soltamos gritos e improperios al niño, podemos reparar, en parte, el daño reconociendo nuestro error y pidiéndole disculpas. A todo padre le puede ocurrir alguna vez, y aceptar que somos seres humanos falibles no nos debilita frente a nuestros hijos, sino todo lo contrario.

De todas maneras, como suele pasar casi siempre, es mejor prevenir que curar. Así pues, para evitar estos momentos de tensión y enfado con nuestros hijos es importante que les enseñemos lo qué pueden hacer y lo que no, y cómo deben hacerlo.

lunes, 22 de junio de 2015

Cómo inculcar las pautas de conducta al niño

Cómo inculcar las pautas de conducta al niño

Los padres somos los que iniciamos al niño en las normas de comportamiento y conducta social. Es importante que éste vaya adquiriendo unas pautas de conducta que le sirvan de indicativo en sus actuaciones y a la vez le ayuden a deducir las respuestas que puede obtener de ellas. Mediante la constancia y la regularidad de los padres, el niño se crea unos hábitos, que le dan seguridad y confianza. Debido a la gran dificultad que para él supone variarlos, es importante que, sea quien sea la persona que le cuide en casa, los respete. De otro modo, se verá perdido y no sabrá cómo actuar. En estas edades, de 1 a 3 años, el niño necesita de la ayuda de los padres para superar su ambivalencia entre necesidades y limitaciones. De ahí la importancia de la coherencia en nuestra actitud. Para ayudar al niño, debemos mostrarle unos límites con tolerancia y comprensión, entendiendo que acceder sin normas a todas sus demandas no es la mejor forma de favorecer su desarrollo. La oposición del niño ante estas exigencias del adulto es inevitable para la formación de su personalidad. El niño establece retos con los padres para averiguar hasta dónde puede llegar su imposición. Ante avisos y advertencias, continúa con su postura de oposición, expectante a la actuación de los adultos, que deberemos aclarar los motivos de nuestra negativa.
Para que pueda asimilar las normas, debemos imponerlas de igual forma ambos padres. El niño capta con facilidad si existen discrepancias en la manera de actuar de los padres. Si actuamos desde diferentes posiciones, nuestro hijo creará un tipo distinto de relación con cada uno. Esto debe evitarse para que no pueda parecer que uno es mejor que el otro.

Cuidado con… compensar la falta de tiempo con permisividad

Actualmente, por cuestiones laborales y de horarios, los padres tenemos poco tiempo para dedicar a nuestros hijos. Durante el día no tenemos muchas horas para poder jugar y por ello podemos llegar a sentirnos culpables. Este sentimiento puede generarnos la sensación que al llegar a casa debemos acceder a todas las demandas del niño, como acto de gratificación, y darle una total permisibilidad, aunque en ocasiones veamos con claridad que su conducta es errónea. El querer subsanar la falta de tiempo tomando una postura de total anarquía en casa es un error por parte de los padres. Lo que importa verdaderamente en la relación con el niño no es la cantidad de horas que se le puedan ofrecer, sino la calidad de relación que exista en ellas. Compartir actividades concretas, jugar de forma sincera, sin pensar en otros quehaceres y hacerse un poco cómplices en sus actuaciones es lo que enriquece y favorece al niño en su desarrollo. Por eso es importante demostrar al niño que sus juegos nos interesan y que queremos ser partícipes de ellos. En muchas ocasiones, para encontrar el tiempo necesario, se tendrán que crear una serie de prioridades compartidas entre la pareja.

Aprender a vivir en sociedad es fundamental en el desarrollo del niño, ya que adquirir una buena base le asegurará buenas relaciones con su entorno.

domingo, 21 de junio de 2015

Espejo Público | Cómo gestionar las rabietas de nuestros hijos

Espejo Público | Cómo gestionar las rabietas de nuestros hijos

Las rabietas son la forma natural de los niños de expresar su malestar o frustración. Hoy abordamos este tema a través del caso que se presenta en este vídeo, el de Ángela, una niña de 3 años que no puede despegarse de las faldas de su madre. La pequeña no le deja hacer las tareas del hogar y no se le separa ni cuando cocina ni hasta cuando habla por teléfono. El problema es que cuando la madre la deja, la niña llora y la mamá termina cediendo y deja que se le acerque de nuevo.

¿Qué podemos hacer ante las pataletas de nuestros hijos?

En primer lugar, hay que saber que todos los niños tienen rabietas y que estos las utilizarán para conseguir sus propósitos: en este caso, reclamar la atención de la madre. Lo que no debemos permitir es que estas se conviertan en el medio para conseguir lo que se proponen los niños. Debemos, por tanto, ignorar esas rabietas sea donde sea. No podemos gritarles ni regañarles hasta que, una vez haya acabado la rabieta y el pequeño se haya calmado, le digamos que las cosas no se hacen así y le advirtamos para las próximas ocasiones.

Estas formas de apego y las posteriores rabietas suelen producirse como forma para reclamar la atención, situación que también puede darse en casos como el de los niños que no quieren comer según qué cosas o los que tardan horas en vestirse.

sábado, 20 de junio de 2015

10 claves para sobrevivir a la adolescencia

10 claves para sobrevivir a la adolescencia

Si tu hijo está a punto de alcanzar o acaba de entrar en la adolescencia, te resultará de interés conocer 10 claves sobre esta etapa:
  • Desde el punto de vista físico y fisiológico, la adolescencia empieza en un momento específico: cuando viene la primera regla en las chicas y tras la primera polución nocturna en los chicos.
  • La adolescencia es una etapa de crisis, de cambio, el paso de la infancia a la adultez. Supone una etapa crucial y cualquier herida o trauma en esta época dejará una marca para toda la vida.
  • Los cambios afectan a dos aspectos estrechamente interrelacionados: el físico-hormonal y el psicológico. El sentimiento clave es el de pérdida o dolor por algo que se va: el cuerpo de niño que ya no está y que deja paso al de un adulto.
  • Las transformaciones corporales afectan directamente a la imagen del cuerpo y, por lo tanto, a la manera de ser del adolescente. El cuerpo cambia mucho en muy poco tiempo y el adolescente suele sentirse extraño. Por eso, el estar todo el día mirándose en el espejo y la dificultad para decidir la ropa que ponerse son comportamientos habituales en esta etapa.
  • Los padres dejamos de ser esas personas que hasta ahora todo lo hacíamos bien, que todo lo dábamos y todo lo solucionábamos. Para dejar de depender de alguien es necesario rechazarlo y rebelarse contra él. De ahí el sentimiento de rebeldía frente a todo lo que antes admitían.
  • El adolescente suele manifestar su malestar a través de varios aspectos: el desorden, la variabilidad en sus decisiones, la rebeldía, la tristeza y los cambios bruscos en su estado de ánimo. Todo estos aspectos se incluyen dentro del “síndrome normal” de la adolescencia.
  • Los amigos suponen una compañía necesaria e imprescindible. A través de ellos, el adolescente podrá realizar este proceso en el que debe abandonar la dependencia familiar para pasar a relacionarse de manera más autónoma, con una sociedad. Los amigos también se convierten en sus confidentes. El adolescente ve a sus amigos como a iguales y siente la seguridad de que ellos están pasando por lo mismo y por eso le entenderán mejor.
  • Los padres debemos aceptar que el crecimiento de nuestros hijos nos remite directamente a nuestro envejecimiento. Además, si hemos dedicado nuestra vida a la crianza y cuidado de los hijos, también hemos de aceptar que el hecho de hacernos mayores puede suponer no sabremos en qué ocupar el tiempo.
  • En la escuela, instituto o universidad, el adolescente encuentra muchas facetas importantes: amistad, primeras relaciones sexuales, aprendizaje de multitud de conocimientos, relaciones con otros adultos fuera del entorno familiar.
  • No existe ninguna manera tipo o estándar para abordar el tema de la sexualidad, sino que cada padre encuentra su propia forma de hacerlo. A pesar de esto hay que tener en cuenta un par de cosas: La cantidad de información dependerá de lo que el hijo pueda soportar, es decir, debe darse de manera dosificada y en momentos diferentes. El progenitor del mismo sexo es el más adecuado para tratar este tipo de temas.

Estas son solo algunas claves, guías o titulares para comprender mejor a nuestros hijos adolescentes.

viernes, 19 de junio de 2015

Nadie me comprende, mis padres los que menos

Nadie me comprende, mis padres los que menos

El diálogo con los hijos debe gestarse lentamente: hay que irles educando y cuidando desde el principio. Si los padres nos mostramos atentos a los comentarios y las explicaciones de nuestro hijo, él irá comprendiendo que lo que dice lo consideramos de interés. Por lo tanto, aprenderá a obtener respuestas a sus preguntas, aprobaciones o comentarios a sus peticiones, así como a escuchar y ser escuchado. Y llegará a conocer algo aún más importante: el poder clarificador, tranquilizador y divertido de la conversación y las palabras. El adolescente, a pesar del momento conflictivo en el que se encuentra, intentará encontrar la manera de explicar sus dudas, tribulaciones y malestares. Solamente así le podremos ayudar.
Una de las principales características de la etapa infantil es que el niño desarrolla unos esquemas cada vez más claros de lo que le gusta y de lo que desea. Salvo pequeñas disputas cotidianas, en general siente que sus padres le comprenden y responden sin equivocarse a estos deseos o peticiones. Igualmente, hay una serie de normas o hábitos familiares -como comer a una hora determinada o las salidas de fin de semana- que todos aceptan sin dificultad. En este ambiente plácido el dialogo es fácil. Pero todo esto se rompe al llegar a la adolescencia. El adolescente empieza a rechazar las normas y a saltárselas. Sus argumentaciones son a veces confusas y es habitual que, cuando no las puede explicar, se encierre en su habitación y rompa el diálogo apelando a la clásica frase “mis padres no me comprenden”. En parte es cierto, aunque lo dramático del asunto es que él mismo tampoco consigue comprenderse. La variabilidad en sus deseos, la indecisión a la hora de hacer algo, las fluctuaciones en el estado de ánimo, dan buena prueba.
El hecho de encerrarse en su habitación es una manera de manifestar su sentimiento de incomprensión. Por eso, es importante que los padres no perdamos la calma y que no reaccionemos rompiendo también el diálogo. El hijo comprenderá que sus ataques no son tan destructivos y que sus padres seguimos ahí, a pesar de todo. Entonces puede llegar el momento de hablar.

Una de las causas más comunes de las discusiones con un hijo adolescente es el incumplimiento de una norma concreta: la hora de llegar a casa. Cuando llega mucho más tarde de lo estipulado, y además lo hace sin avisar, quizá sea conveniente mostrarse muy estrictos. Sin embargo, ¿cuántas veces el retraso no va más allá de un cuarto de hora? Las salidas y los horarios suelen ser las armas que se utilizan para controlar su vida. El adolescente sabe que detrás de este tema hay otro más importante: las relaciones con el otro sexo, la sexualidad y la necesidad que tienen los padres de saber qué hace su hijo fuera de casa. Lo mejor es hablar con claridad; si lo que nos preocupa es su conducta sexual, que salga con gente poco adecuada o que disminuya su rendimiento en los estudios, hay que poder hablarlo sin tapujos.

jueves, 18 de junio de 2015

15 cosas que debes saber sobre tus hijos respecto la familia y sus amigos

15 cosas que debes saber sobre tus hijos respecto la familia y sus amigos

Los cambios que nuestros hijos experimentan entre los 6 y los 12 años no se reducen solamente al desarrollo físico y psicomotriz, sino que muchos están relacionados con dos de los pilares más importantes para su desarrollo como persona: la familia y los amigos. Vamos a destacar 15 puntos que resumen esta evolución:
  1. A partir de los 6 años, el concepto de familia se amplía para el niño, ya que empieza a preguntarse por sus orígenes y se interesa por su situación dentro del entorno familiar.
  2. Somos los padres los que inculcamos al niño las conductas y valores que la cultura establece.
  3. Los premios y castigos que impongamos al niño deben impartirse adecuadamente, de otro modo se potenciarían en él conductas que en un futuro podrían ser nocivas.
  4. El niño, a partir de los 6 años, tiene una gran necesidad de su familia; ésta es muy importante para él y le gusta alardear de ella ante sus amigos.
  5. Aunque quiere mucho a su familia, a partir de los 11 años el niño no da tantas muestras de afecto como cuando era más pequeño. Su actitud no muestra realmente sus sentimientos.
  6. Las normas familiares son cada vez más difíciles de respetar para el niño. Una actitud intransigente por parte de los padres no hará más que complicar las relaciones.
  7. Los padres debemos mantener una actitud conjunta y coherente frente a nuestros hijos. Esta forma de actuar dará seguridad al niño, ya que le ayudará a clarificar qué puede hacer y qué no. Las exigencias desmesuradas y los castigos autoritarios de los padres sólo llevan a los niños a estados de ansiedad y culpabilidad.
  8. Frente a la ansiedad que le causa su propio crecimiento, el niño adopta mecanismos de defensa que le ayudan en su superación.
  9. Las relaciones madre-hijo suelen ser más complicadas y tensas que las relaciones que se dan con el padre.
  10. Si el niño mantiene una buena relación con sus padres, suele tomar como modelo de identificación al de su propio sexo, asumiendo su misma forma de actuar.
  11. El orden de nacimiento que ocupa el niño en su familia le conlleva un tipo determinado de comportamiento.
  12. No deben establecerse comparaciones entre los hijos. Cada uno tiene su propia personalidad y los padres debemos ofrecerles a cada uno el trato que necesite.
  13. Las peleas y rivalidades entre hermanos o amigos son normales; con ellas prosperará el aprendizaje social. La actuación de los padres respecto a ellas debe ser de justicia y coherencia; la objetividad debe ser nuestro lema.
  14. Es conveniente que el niño se relacione desde una edad temprana con otros niños de su edad, para iniciarse en un círculo social.
  15. En cada edad las relaciones con los amigos son distintas. Empieza a profundizarse en ellas a partir de los 9 años, creándose grupos de la misma edad y sexo, para terminar con un confidente que también será del mismo sexo.

Con todos estos cambios, ¿cómo podemos mantener un clima estable en casa?, ¿cómo podemos conseguir que nuestros hijos colaboren con las tareas, incluso en la etapa más rebelde?.

miércoles, 17 de junio de 2015

10 consejos infalibles para que tu hijo cumpla con sus responsabilidades

10 consejos infalibles para que tu hijo cumpla con sus responsabilidades

Si te encuentras ante una situación en la que tu hijo se rebela para no cumplir las tareas, te presentamos el siguiente decálogo para iniciarle en el cumplimiento de sus responsabilidades.
  1. Pídele que realice sólo una cosa, nunca varias a un mismo tiempo y mucho menos si no ha terminado la anterior tarea. Díselo una o dos veces, no más.
  2. Transmítele de forma clara y específica lo que quieres que haga en positivo, sin amenazas, y con un tono que refleje que das por hecho que lo cumplirá: “Cuando hayas recogido los juguetes, podremos salir a jugar al parque”.
  3. Asegúrate de que lo ha entendido. Para ello disgrega la tarea en otras más pequeñas que le ayuden a cumplir el objetivo. Por ejemplo, que recoja primero los juguetes con ruedas, después los muñecos, etcétera.
  4. No le humilles ni entres a trapo por el mero hecho de que no se ponga a hacerlo.
  5. Ten presente cómo se lo vas a decir, cuándo tendrá que realizar la tarea, qué pasará si lo hace y a qué consecuencias se tendrá que enfrentar si no es así.
  6. Si no cumple, deja que afronte las consecuencias lógicas. Por ejemplo, no permitas que siga jugando con su juguete favorito. Si comienza a recoger aunque sea lentamente y tienes prisa, no le interrumpas, ya que se ha puesto manos a la obra. Recuerda la frase de Rudolf Dreikurs: “No hagas por los niños lo que puedan hacer por sí mismos”.
  7. Si tu hijo está en torno a los ocho o nueve años, la consecuencia de no obedecerte puede ser retrasar su actividad extraescolar favorita por haber perdido el tiempo e incluso no permitirle acudir a esa actividad si no ha cumplido con lo ordenado. Recuerda, díselo en positivo: “Cuando hayas recogido los juguetes podremos ir a tu clase de baile” o “Iremos a patinar en cuanto recojas los juguetes que están en el suelo de tu habitación y los metas en el baúl”.
  8. Pídeselo con tiempo suficiente. No le digas “Recoge tus juguetes” justo en el momento de marcharos. Si no le das tiempo, no lo cumplirá y acabarás saliendo de casa atropelladamente para no perder su clase. Con ello el niño aprenderá que tampoco es tan importante cumplir con las obligaciones, puesto que tú también eres capaz de saltártelas.
  9. Utiliza un lenguaje preciso y operativo: “Recoge los juguetes que están por el suelo y mételos en el baúl”. El mensaje “Recoge tu habitación” es ambiguo y poco preciso, ya que tu hijo no sabe dónde está el límite a la hora de acabar de ordenar su habitación. Normalmente lo que para un niño está suficientemente recogido no se corresponde con nuestras expectativas.
  10. Aplica el refuerzo positivo. Muéstrale reconocimiento por cumplir la responsabilidad asignada con una frase amable y sin exagerar, acorde con el esfuerzo realizado: “Muy bien, has dejado los juguetes recogidos, gracias”. Tampoco es que haya descubierto América. Y, sobre todo, valora positivamente sus intentos, no la perfección, ya que es mucho más motivador.
Con este tiempo bien invertido en su educación, habrás depositado tu primer granito de arena para todos los aprendizajes futuros. Si continúas en esta línea educativa, jamás dirás: “Mi hijo es un irresponsable, todo se lo tengo que hacer yo”, y tu hijo se sentirá bien, asumiendo responsabilidades casi como un juego y apenas sin esfuerzo, lo que le proporcionará una sana autoestima y gran autonomía.

Recuerda:


Tu hijo no nace con el sentido de la responsabilidad, ésta la aprende a través de la práctica y de la manera en la que consigas que le implique en sus propios hábitos y rutinas desde pequeño. Tiéndele la mano pero no hagas las cosas por él, si no le estarás privando de la maravillosa oportunidad de aprender a ser una persona autónoma y responsable con sus cosas.

martes, 16 de junio de 2015

Los niños y la comida: una relación complicada. Aquí unos consejos

Los niños y la comida: una relación complicada. Aquí unos consejos

De manera habitual escuchamos a nuestros hijos decir durante la comida frases como “esto no me gusta”, “no quiero comer” y nos sentimos frustrados ya que uno de los pilares de su crecimiento es que tengan una alimentación saludable.
Conseguir que nuestros hijos coman es uno de los retos por los que pasamos muchos padres. Todos tenemos preferencias por algunos alimentos y, en esto, los niños no son ninguna excepción. Entre sus preferidos suelen estar la pasta o el arroz, pero sus enemigos en la comida suelen ser las verduras, las frutas o el pescado, alimentos fundamentales para que su dieta sea equilibrada y les aporte todos los nutrientes necesarios para su desarrollo.
Con motivo del Día Mundial de la Alimentación, queremos daros algunos consejos para que las horas de la comida con tus pequeños no se conviertan en un calvario.

Consejos sobre cómo actuar durante la comida


  • Convertir la comida en un momento agradable. Es muy importante que nuestros hijos disfruten en las comidas, para conseguir esto debemos hacer que participen en la preparación de los platos y en la rutina de poner y quitar la mesa.
  • Presentar los platos de forma divertida. Con un poco de creatividad y algo de esfuerzo podemos preparar los platos de nuestros hijos de una manera más divertida y apetecible para ellos, así también conseguiremos que se animen a probar nuevos alimentos y sabores.
  • Seamos un ejemplo para ellos. Nosotros, como padres, tenemos que comer de todo, para que ellos también lo hagan. Si somos selectivos con la comida va a ser inevitable que ellos también lo sean.
  • No les obliguemos a comer. Si nuestros hijos no quieren comer un día, no pasa nada. No debemos obligarles para evitar asociar la hora de la comida a un castigo.
  • Fomentar su autonomía. Podemos motivarles a formar parte de la actividad de comer dejándoles servirse su comida, que decida él mismo sus alimentos o que elija su plato.
  • Comer en familia. Siempre que sea posible debemos comer en familia para que compruebe nuestros hábitos alimenticios, y aprenda nuestras conductas y actitudes en la mesa, recordemos que para ellos somos su ejemplo a seguir.
  • Seguir una dieta sana y equilibrada. Permitir que participen en la creación del menú puede formar parte del éxito de la comida. Debemos ofrecerles una amplia y variada cantidad de alimentos para crear un menú equilibrado y con todos los nutrientes que necesiten.
  • Evitar que sean caprichosos. La comida se realiza a una hora determinada, en un lugar, un tiempo establecido y un menú ya fijado, por lo tanto, evitemos cambios a no ser que sean por fuerza mayor.

lunes, 15 de junio de 2015

Soy un padre autoritario?

¿Soy un padre autoritario?

La vida emocional depende de unos resortes físicos y psíquicos que actúan de una manera unitaria: cuanto más primaria sea ésta, menor será la capacidad del ser humano para pensar en lo que se dice o para actuar de la manera más adecuada. Los impulsos se rigen por el principio siguiente: descargar las tensiones de la forma más inmediata posible, porque son desagradables. Las leyes de los impulsos son imperativas, se imponen al ser humano dándole órdenes para resolver la situación por la vía rápida, y conseguir de forma precisa las cosas, personas o conductas adecuadas a sus fines. Sobran las palabras y las posibles reflexiones que no estén incluidas dentro de este mecanismo: se debe hacer exactamente eso. El autoritarismo es la forma de exteriorizar los aspectos más primitivos de la vida emocional del ser humano.

Cuidado con el autoritarismo

El autoritarismo refuerza los aspectos más primarios de la personalidad. La humillación que comporta promueve el resentimiento y puede desencadenar deseos de venganza en cualquier momento de la vida.
Dirigirse a los niños o adolescentes de forma autoritaria cuando expresan conductas infantiles no les beneficia. El principio de autoridad del adulto queda dañado por su propia actuación al dejarse llevar por sus impulsos. Así logran el sometimiento de los hijos, pero es seguro que no ayudarán a cambiar el primitivismo de la personalidad.

Las paradojas de la libertad

Se pueden establecer ciertas analogías entre la familia y la cárcel. El prisionero condenado a permanecer en prisión sufre porque durante muchos años le privan de usar su libertad. El adolescente, cuando era niño, podía sentir algo parecido respecto a los ligámenes de dependencia establecidos con sus padres y familiares. El prisionero y el adolescente anhelan la libertad cuando no la tienen, pero, cuando se acerca el momento de salir fuera de los muros protectores, un vacío se abre a sus pies. Paradójicamente, esto es consecuencia directa del mismo sentimiento de libertad, porque la otra cara del sentimiento de libertad sin límites es el miedo a perder los puntos de apoyo conocidos y a tener que enfrentar lo desconocido.
Cada persona establece sus propias significaciones, matizadas y singulares, tanto del concepto de libertad como de esos estados que surgen con énfasis en la conciencia. Para asimilar los cambios durante estos pasajes hacia otra etapa de la historia personal, se requiere un complejo trabajo psicológico.

Y si mis hijos no me cuentan lo que les pasa…

Una de las principales fuentes de preocupación, en especial de las madres con respecto a sus hijas, es la causada por la expresión reconcentrada que los adolescentes manifiestan en según qué momentos. ¿Por qué se genera esa inquietud en los padres? Tarde o temprano, los padres llegan a preguntarles a sus hijos «bueno, a ver, ¿qué te ocurre?»; y la respuesta típica suele ser enigmática y breve: «nada». No hay que pensar que se trata de una conducta calculada, sino que responde a una necesidad de dejar constancia de que está haciendo su proceso de autonomía, sus propios descubrimientos sobre la vida y quiere guardarlos en secreto. Puede ser, entre otras cosas, una forma de enviar mensajes indirectos y de comunicarse con su familia y decirle que posee un mundo propio al cual accederán sólo algunas personas, y que lo compartirá con quien él quiera, cuando quiera y como quiera.

Si los padres han dado su voto de confianza al hijo adolescente, éste recurrirá a ellos si necesita ayuda.

domingo, 14 de junio de 2015

Carta a mi papá

Papá querido: Como hoy es el día del padre, te tengo un regalo-sorpresa, algo lindo que estoy seguro te gustará. Se trata de una carta en la que quiero decirte, en primer lugar, que te quiero de aquí hasta el cielo y que encuentro que eres el mejor papá del mundo. No te cambiaría por ningún otro, aunque ese papá tuviera muchos autos, mucho dinero y muchas motos. En segundo lugar ¿te gustaría saber qué cosas son las que me gustan de ti? Aquí va una pequeña lista de cualidades tuyas que admiro y que me hacen ser un niño feliz.

Me gustan tus manos fuertes que me levantan cuando me caigo y me hacen cosquillas cuando estamos jugando; me gusta tu risa que resuena por toda la casa, tus habilidades para arreglar cualquier desperfecto de la casa, tu voz, cuando la escucho por las noches conversando con la mamá o cuando suena firme pero amorosa al corregir los errores que cometo a menudo. Raras veces me gritas y casi nunca me amenazas, ni me pegas cuando me porto mal.

Me gusta que llegues temprano, porque cuando tú estás en casa, me siento seguro, se me acaba el miedo y me vuelvo valiente y confiado. Me gusta que te intereses por mí, por lo que pienso, por lo que digo y por lo que hago. Así me siento importante y valioso ante tus ojos y delante de la mamá. Además, cuando estás en casa, te puedo preguntar las cosas que no entiendo de las tareas. Me resulta mejor que buscarlas en un libro, en un mapa o en un diccionario. Claro que a veces tú me obligas a investigar por mi propia cuenta y siempre me estás diciendo que se aprende mejor de este modo.

Me encanta que de vez en cuando me invites a salir solo contigo, cuando vamos al estadio a ver nuestro equipo de fútbol preferido y los dos nos paramos al mismo tiempo cuando el partido se pone interesante y quedamos roncos de tanto gritar los goles. Eres un papá amoroso que me enseñó también a andar en bicicleta, me ha enseñado los secretos para ser un buen delantero de nuestro deporte favorito y cómo elevar un volantín que llegue lejos, lejos.

¿Te acuerdas el verano que salimos en carpa y nos pasamos una semana viviendo a orillas de un lago? ¡Cómo nos divertimos los dos recogiendo moras para llevárselas a la mamá que quería hacer mermelada y cuando pescamos un salmón como de 2 kilos, después de estar toda una mañana con los anzuelos lanzados en el agua! Nunca se me va a olvidar que esa mañana me contaste cómo habías aprendido a pescar con el abuelo y con un primo tuyo.

Papá querido, quiero decirte que muchas noches, cuando rezo, yo le doy gracias a Dios por ti y cuando me acuerdo de lo contento que estoy de tenerte como mi papá le digo a Dios que te conserve conmigo hasta cuando yo sea grande. No te vayas jamás de mi lado, porque ahora que soy chico, te necesito cerca, muy cerca, como cuando me meto en tu cama y me lees las aventuras de Papelucho.
Además de esta carta, te regalo un carretón de besos y abrazos.

¡Feliz día papá!

sábado, 13 de junio de 2015

Tu hijo es un niño activo o pasivo?

¿Tu hijo es un niño activo o pasivo?

Los niños aprovechan su tiempo libre para realizar actividades que durante el día no pueden realizar debido a sus obligaciones escolares: montar en bicicleta, practicar juegos deportivos… Si bien suelen organizarse por sí mismos y encontrar sus propios juegos, agrupándose más o menos por edades e intereses comunes, conviene que los padres estén atentos cuando presentan por ejemplo, edades muy desiguales, porque en determinadas ocasiones, se crean dependencias, rechazos y situaciones conflictivas  en las que se hace necesaria la intervención de algún adulto. Estas intervenciones deben ser mínimas y cuando la situación lo requiera, ya que es el propio niño quien debe encontrar su lugar entre sus compañeros. En el caso del niño que no participa en los juegos con los otros compañeros, se queda junto a sus padres u otros adultos, o simplemente se aísla sin motivo aparente, se le debe poner especial atención porque con frecuencia esconde sentimientos de inferioridad y desvalorización personal que sufre en silencio.

Cuidado con el aislamiento del niño pasivo

El caso de los niños que se encierran en sí mismos debe ser tratado con precaución y delicadeza porque detrás de esa pasividad suele haber una mente con una gran actividad, ensoñaciones y deseos que guarda celosamente. En estos casos, los padres deben ser prudentes e inteligentes, no deben forzar a su hijo a que les diga qué piensa o siente, sino preguntarse por la relación con sus hermanos y, sobre todo, tratar siempre de darle la oportunidad de que hable y de que pueda darse cuenta de que tiene lugar entre su familia. El niño pasivo suele ser obediente, aunque tenga momentos de terquedad; esto hace que no plantee problemas y los padres lo valoren como una ventaja, sin darle importancia que merece. Los padres deben plantearse qué elementos de la vida familiar pueden influir en él y, en caso de que no fuera posible a través de este acercamiento ayudar a su hijo, consultar a un psicólogo.

El esparcimiento de los niños

Los niños necesitan realizar actividades cuya finalidad sea disfrutar y divertirse. La edad suele determinar el tipo de esparcimiento preferido. Los juegos y juguetes son elegidos según los intereses, tanto personales como de grupo. Durante los fines de semana es cuando se presentan más momentos de esparcimiento. Además, los espacios libres son los lugares que los niños suelen preferir, sobre todo los de 10 o 11 años, porque a esta edad se muestran ya con toda su independencia, organizándose en grupos para hacer sus excursiones y salidas. El proceso de socialización adquiere mayor importancia, al ir prevaleciendo las actividades de relación con los compañeros sobre los juegos individuales, en los que la amistad es todavía un modo de estar juntos, pero sin llegar aún al período organizativo.

Los niños menores necesitan un poco de atención, aunque esto dependerá de varios factores. En primer lugar, hay que tener en cuenta si el niño puede valerse por sí mismo y, luego, todos los peligros que presente el lugar escogido, como las carreteras cercanas, los ríos o los estanques. Son factores que se tendrán en cuenta para los niños de cualquier edad, pero en especial para los más pequeños, que deben estar controlados por una persona mayor en todo momento. Los padres deben hacer compartir a sus hijos, y demás niños que estén con ellos, su preocupación por los riesgos del lugar e impartir unas normas, para que éstos puedan asumir los cuidados y responsabilidades de sus actos.

viernes, 12 de junio de 2015

De la dependencia a la independencia gracias a la escuela

De la dependencia a la independencia gracias a la escuela

En la escuela se le exige al niño una autonomía afectiva y una madurez de personalidad que en los primeros cursos todavía no tiene. El niño tiene que compartir la figura de la maestra con otros niños y de ella le llegarán mensajes nuevos y con escasos contactos corporales.
Hacia los 7 o 8 años, las relaciones con los adultos están estrechamente vinculadas con la necesidad de autoestima. Más adelante, esta dependencia se manifiesta en querer ser reconocido por medio de sus resultados escolares.
Al llegar a la adolescencia, se le exigirá madurez y equilibrio justo en el momento en que vive una gran confusión personal.
En la escuela, el niño entra en contacto con el mundo social. Esto requiere una estabilidad en las pautas que se le plantean, para que pueda ir acomodándose  a ellas y orientar su conducta eficazmente. El maestro procura que el niño sienta la necesidad de cumplir unas normas y de asumir su responsabilidad a partir de los acuerdos pactados entre todo  el grupo de la clase. El niño tiene que aprender a saber escuchar, guardar su turno y no molestar o ridiculizar a los otros niños. Cuando los niños descubren las ventajas que conllevan el orden y el respeto de las normas, ven que cada acto indisciplinario es un problema que afecta a toda la clase.

El caso de las actividades en grupo

Durante la etapa preescolar las actividades de grupo se organizan bajo la guía de un adulto que hace las veces de líder y coordinador. A esta edad, los niños tienen ciertas limitaciones para establecer relaciones con sus iguales. El egocentrismo, la labilidad en su atención, el derecho a la propiedad (“es mío”) y la ignorancia de las reglas de juego (“no vale, yo no he perdido, comenzamos de nuevo”) provocan conflictos con la interrupción o extinción prematura de muchas relaciones entre el grupo de niños.

A partir de los siete años, a medida que se incrementan las relaciones con los otros niños, se produce un distanciamiento de la influencia de los adultos. Progresivamente, la participación de los niños en las actividades de grupo se hará más frecuente, así como la tendencia a aumentar el número de niños que integran el grupo. Su evolución les permite asimilar reglas más complejas y buscar resultados colectivos. Se hacen más patentes los aspectos que definen la organización de los grupos: la división de las funciones y una diferenciación de papeles y estatus. A esta edad también pueden asumir de forma más rigurosa las reglas del juego y hacen su aparición los juegos competitivos y los deportes.

jueves, 11 de junio de 2015

El juego y el orden en los niños de 3 a 6 años

El juego y el orden en los niños de 3 a 6 años

Hoy hacemos un recorrido por las edades del niño pequeño y su forma de entender el juego y también el orden.

De 3 años

A la edad de 3 años, el niño ya ha adquirido un dominio perfecto del sentido del equilibrio, que se demuestra cuando anda y cuando corre. Es entonces cuando más disfruta imitando a los adultos, por ejemplo al simular que conduce un coche, ayudando en las tareas domésticas o cuando juega a los médicos con otros niños.

De 4 años

Aparece un elemento psicológico importante: el compañero imaginario con el que habla y comparte sus juegos. Es una edad de gran valor imaginativo. Aparecen los secretos, que le dan una sensación de independencia hasta entonces desconocida.

De 5 a 6 años

Aparece ahora en el niño un comportamiento de mayor autonomía y ya se le puede asignar alguna responsabilidad. Sabe expresar claramente sus pensamientos y aprende a través de la imitación de las actividades de sus padres. Aparece también la tendencia a formar grupos de niños y grupos de niñas para jugar, aunque también pueden jugar juntos a veces.

El compañerismo

En el periodo que va entre los 3 y los 6 años aparece un aspecto importante que tiene que ver con el proceso de socialización: la importancia de los amigos y compañeros.
Los juegos se hacen menos individuales y más participativos. Poco a poco el niño tiene más en cuenta la opinión de los amigos y asume los valores del grupo. La principal dificultad reside en encontrar su propio lugar entre los demás, sin sentirse rechazado o excluido.
Los padres tienen que animar a sus hijos a relacionarse con otros niños, pero sin anular su espontaneidad.
La socialización implica compartir sus cosas con los otros niños y aceptar las reglas implícitas en los intercambios sociales.

Un lugar para jugar

A los 5 o 6 años ya han iniciado la escolarización, que implica tener que pasar unas horas al día en un lugar regido por unas normas de comportamiento. Por eso es recomendable que los padres les permitan que jueguen a sus anchas después de la jornada escolar, al aire libre o en una habitación en la que ni molesten ni sean molestados. Además del espacio físico, hay que otorgarle un espacio personal.
Son muchas las horas de ausencia, y los momentos que se pasan juntos deben servir para entablar un diálogo, para mostrar un interés por las cosas del hijo.

Imponer un orden

Todos los padres quieren que sus hijos sean ordenados y la habitual ausencia de orden suele ser una fuente de conflictos. No conviene inculcarles el orden antes de los 4 o 5 años, ya que es a esa edad cuando están capacitados para comprender y valorar lo que se les dice. Ante todo, es preciso que los propios padres sean ordenados y que los hijos vean como sus padres organizan y ordenan.
Un niño desordenado puede identificarse con un padre desordenado, es decir, que el niño hace como el padre.

Para los niños el orden no tiene la misma importancia que para los adultos. Cada persona encuentra su manera de ser ordenada, su propio orden. El niño encuentra el suyo alrededor de los 14 o 15 años, aunque ya comienzan a poner orden en sus cosas por si mismos a partir de los 8 años. La condición para que así ocurra es contar con un rincón propio, particular y a ser posible que puedan cerrarlo con llave si así lo desean. No obstante, el orden se adquiere, fundamentalmente, con el ejemplo de los padres. Lo mismo pasa con el resto de responsabilidades. Los niños aprenden lo que ven en casa, por eso si queremos hijos responsables y ordenados, debemos predicar con el ejemplo. Sin embargo, sí hay algunas cosas que podemos hacer los padres para fomentar la responsabilidad de nuestro pequeños. Si quieres saber cómo estimular o cómo marcar pautas eficaces para conseguir este cometido, 

miércoles, 10 de junio de 2015

Aprendiendo a compartir

Aprendiendo a compartir

Jugar con los demás es todo un aprendizaje, ya que ayuda y obliga al niño a integrar unas normas sociales, que vienen impuestas por los valores educativos. En el juego tendrá que empezar a compartir y deberá aprender que él no siempre puede ser el mejor. Ese aprendizaje resulta lento y dificultoso. Está lleno de contradicciones con los padres, y no entiende por qué le piden que deje sus juguetes a otros niños. Se encuentra en el principio de sus relaciones, donde el tiempo dedicado a establecer contacto con los demás es limitado y depende mucho del interés del niño.
En casa, en su ambiente y en su habitación resulta difícil compartir los juguetes con los demás. La actuación de los padres será decisiva para que el niño aprenda a compartir. Durante el aprendizaje, se enfada y enfurruña en muchas ocasiones, actitud que resulta molesta para los padres; pero esa oposición es positiva para formar su personalidad. No es beneficioso que esté siempre dispuesto a ignorar lo que quiere, supeditándose a lo que dicen los demás. Los padres no deben tomar una actitud amenazante ni obligar al niño a que deje sus juguetes a otros niños; con una actitud de tolerancia y comprensión, éste aprenderá que el juego compartido puede ser más divertido que jugar solo.
Las peleas no pueden evitarse a la hora de compartir los juguetes. En casa es donde el niño es más posesivo y egoísta. En ella, se encuentra seguro y con más fuerza para exigir y reiterar que todo lo que hay allí es suyo. Cuando juegan varios niños es conveniente entablar una buena relación entre ellos, elegir juguetes que se puedan compartir y controlar un poco la actividad, teniendo en cuenta las características propias de cada niño. Los padres deben estar atentos a la situación y, cuando la ocasión lo requiera, ser participes para devolver la calma a la actividad del grupo.
Debes saber que…

  • Es muy típico ver a dos niños peleando por un juguete. Ambos quieren lo mismo, en un mismo momento. No entran en razones y lloran desconsolados por no poder conseguir lo que desean. Para suavizar la situación, será necesaria la intervención del adulto.
  • Tener hermanos es beneficioso para los niños. Ya desde casa, se acostumbran a compartir con otros. Son muchas las discusiones que hay entre ellos, por un juguete o por cualquier otro objeto, pero la relación conlleva más ventajas que desventajas.
  • A medida que el niño entra en el juego de las reglas sociales empieza una nueva concepción lúdica, donde el compartir, esperar y el saber perder, hacen valorar más el esfuerzo y la concentración en el juego.