miércoles, 24 de enero de 2018

Ser pilo: ¿paga?

Tiene dos grandes retos este programa para su permanencia y su consolidación: el primero de carácter técnico y el segundo de carácter político y/o ideológico. 

Mucho debate ha generado recientemente, en el mundo de la educación superior, el desarrollo y mantenimiento del, hoy muy reconocido, programa "Ser Pilo Paga" que ha permitido que decenas de miles de bachilleres colombianos con grandes capacidades y potencialidades, pertenecientes a los estratos socioeconómicos más desfavorecidos, accedan por sus méritos y su disciplina a las mejores universidades de Colombia. 

Para nadie es un secreto que el vehículo privilegiado para el logro de la equidad, la superación de la pobreza y el salto cualitativo al desarrollo de un pueblo es, precisamente, el acceso a la educación con calidad. Sin embargo la realidad de países como el nuestro, a pesar de haber dado un salto significativo en la tasa de acceso a la educación superior en la última década calculado hoy en cerca del 40% y con tasas de deserción aún superiores al 50% (según el último informe del Banco Mundial: “Momento decisivo: La educación superior en América Latina y el Caribe”) sumado a grandes retos en acreditación tanto de programas como institucionales, hacen concluir que la educación antes que un vehículo para la equidad y la convergencia entre los estratos socio-económicos, termina siendo paradójicamente un vehículo, cuyo limitado acceso, profundiza la inequidad y la brecha entre quienes tienen las oportunidades y quienes carecen de ellas. 

No es, sin embargo la primera vez que se apuesta de manera innovadora por las oportunidades de formación del más alto nivel para los mejores bachilleres del país, baste recordar que ya desde el inicio del siglo pasado, durante el gobierno del General Rafael Reyes, se creó una suerte de “ser pilo paga” de la época que le permitió a jóvenes aventajados de diversas provincias del país, acudir a los centros universitarios más prestigiosos de la capital del país, para convertirse luego en prohombres de la Nación, en faros de la Patria en distintas disciplinas y profesiones.

Tiene sin embargo dos grandes retos este programa para su permanencia y su consolidación: el primero de carácter técnico y el segundo de carácter político y/o ideológico.

Como en distintas iniciativas de este tipo, el más importante reto técnico que enfrenta el programa es su propia sostenibilidad financiera. En este sentido, la sociedad en su conjunto debe rodear esta iniciativa y hacerse partícipe y corresponsable de la misma. No puede pretenderse que el presupuesto público sea la única fuente de financiación indefinida de este programa. Será necesario un mayor involucramiento de recursos privados, de cooperación y de inversión nacional e internacional que, bajo un modelo adecuado y actualizado de incentivos y lógicas de mercado, atraiga recursos para ser dedicados a la formación del mejor capital humano del país. Pero también será necesario que, las instituciones de educación superior de alta calidad, conscientes como nadie de la importancia capital de esta iniciativa y de sus beneficios para la sociedad, modifiquen su posición y participación en el programa y pasen de ser receptoras de recursos económicos a ser actores más activos en el diseño, ejecución y financiación del mismo. Debe evaluarse, en este sentido, la aplicación y control efectivos y eficientes de figuras como el cobro de precios fijos de matrícula para los beneficiarios del programa que cada año llegan a engrosar las cohortes de nuestras universidades, liberando con ello recursos para el seguimiento, la manutención, el transporte, los materiales y muchos otros etcéteras, tan necesarios para el desarrollo de los estudios universitarios de los participantes del programa.

Por el lado de los retos políticos y/o ideológicos, sobresale la inapropiada -y hasta mezquina en algunos casos- posición que intenta correlacionar directamente la financiación de la universidad pública con la sostenibilidad del programa “Ser Pilo Paga”, como si la una fuera directa y completamente incompatible con la otra. Hay que reconocer aquí que la mayor y mejor financiación de la universidad pública hace parte de un modelo legítimo y necesario -a mi modo de ver- de subsidios a la oferta que debe conllevar también el control estricto de la eficiencia, eficacia y transparencia en la ejecución de los recursos. De otra parte la sostenibilidad de programas como “Ser Pilo Paga” hace parte de un esquema de subsidio a la demanda que premia (por la lógica del mercado) la calidad y la libertad en la elección de los beneficiarios. Es falaz, por decir lo menos, intentar venderle a la opinión pública la idea equivocada y mentirosa de que las dificultades de financiación de la educación pública son responsabilidad “exclusiva” de programas como “Ser Pilo Paga” que privilegia la decisión individual de optar por educación superior de más alta calidad independientemente de su condición pública o privada. Adicionalmente este artilugio argumentativo ha logrado revivir un debate y un enfrentamiento estéril entre la universidad pública y la universidad privada que había sido superado en el pasado reciente en importantes escenarios de cooperación y coordinación institucional, y que llega en un inoportuno momento de polarización nacional que requiere precisamente de las universidades, el ejemplo necesario para demostrar que podemos construir espacios de unidad en medio de tanta diversidad.

Por todo esto, el programa “Ser Pilo Paga” tiene indudable sentido y supera cualquier alcance de gobierno para convertirse en una iniciativa de Estado que debe permanecer como símbolo de la superación, de la ampliación de oportunidades, de la consolidación de la Universidad como un espacio de equidad, pero sobre todo como una apuesta decidida por la valoración de la libertad de elección como pilar en el proceso de construcción de una sociedad más justa y próspera.